lunes, 31 de enero de 2011

Lecciones del Magreb

U
n fantasma recorre el mundo árabe desde que el pueblo tunecino se rebeló contra la dictadura de Ben Ali. Las protestas protagonizadas sobre todo por los jóvenes de Túnez y a las que se han ido sumando ciudadanos de todos los sectores han conseguido echar al tirano del país, que llevaba en el poder desde finales de los años ochenta, y abrir un rayo de esperanza en la lucha por la libertad y la justicia social. Y todo ello sin recurrir a la violencia. Se trata sin duda de una buena noticia para los defensores de la democracia y los derechos humanos, aunque aún esté por ver cuál es el resultado de esta auténtica revolución social y política, como se apresuran a señalar los hipócritas gobiernos occidentales, que han apoyado al régimen de Ben Ali durante todos estos años. De momento, el dictador, acompañado de su familia y de toneladas de oro, ha abandonado el país y se ha refugiado en Arabia Saudí, el gran aliado árabe de Occidente en Oriente Próximo, que, miren por dónde, tampoco es lo que se dice el paradigma de la democracia y del respeto de los derechos fundamentales.
            La revolución del Twitter, como la llaman algunos por la importancia que parece ser han tenido las redes sociales, no se ha detenido en Túnez, sino que amenaza con extenderse a Libia y a Argelia, quién sabe si a Marruecos, y ya es una realidad en Egipto. No sabemos si los manifestantes, contra los que se ha ejercido una brutal violencia, conseguirán derrocar a Hosni Mubarak, pero todo apunta a que el dictador egipcio ya debe de estar preparando las maletas, más cuando sus amigos occidentales empiezan, aunque tímidamente, a darle la espalda. Y es que los rebeldes no se han arredrado ni siquiera ante los tanques y los toques de queda y han tomado la calle, cansados ya de los abusos del poder, de la falta de libertad y de la miseria.
            Los progresistas europeos miran con buenos ojos las revueltas llevadas a cabo por sus vecinos del sur. Y en Canarias haríamos bien en tomar buena nota de las lecciones de los insurgentes norteafricanos, pues, aunque es obvio que las condiciones de vida en las Islas no son iguales a las que padecen quienes han venido sufriendo las injusticias de estos regímenes autoritarios del Magreb postcolonial, tampoco aquí la situación está para muchas alegrías. Con más de 250.000 parados, lo que supone el 30 por ciento de la población activa y el 50 por ciento si nos centramos en los jóvenes, y con una media salarial de pena en una zona que por ultraperiférica que sea no deja de pertenecer a la vieja e ilustrada Europa, acaso debiéramos emular a tunecinos y egipcios y salir a la calle a exigir una más justa distribución de la riqueza y del empleo.

miércoles, 26 de enero de 2011

A vueltas con la energía nuclear

E
l debate sobre la energía nuclear es como el Guadiana, ya se sabe, aparece y desaparece. Ahora, inmersos como estamos en una crisis económica y sin que se vea aún la luz al final del túnel, han venido las lumbreras que rigen nuestros destinos a recordarnos que, vaya la economía como vaya, estamos desde hace tiempo afrontando una crisis energética. Ésta se debe, sobre todo, a que nuestro modo de vida se basa en el consumo de energía eléctrica, la cual, hasta ahora, se obtiene de tres fuentes principales: mediante la combustión de fósiles, la energía nuclear o el aprovechamiento de las fuentes de energía renovables. El primer modo, que es el convencional, es altamente contaminante, ya se trate de quemar carbón, petróleo o gas. Ciertamente que el carbón contamina más que el petróleo y éste más que el gas, pero la combustión de cualquiera de las tres materias es altamente perjudicial para la vida en el planeta. Éste es un inconveniente serio, o debiera serlo, pero además hay otro que ya es definitivo: las reservas de fósiles son finitas, esto es, tarde o temprano se acabarán y entonces, o disponemos de una manera alternativa de generar electricidad o sencillamente nuestro mundo se viene abajo.
            Los genios de la política, que vayan ustedes a saber de qué lámpara salieron, son conscientes de estos problemas, sobre todo del segundo, para qué nos vamos a engañar, y por ello andan desde hace tiempo dándole vueltas al asunto y han llegado a la conclusión de que la alternativa más rápida es la nuclear. ¿Por qué? Pues porque ahora mismo, dicen, disponemos de la tecnología adecuada para producir en centrales nucleares la electricidad que necesitamos. Además, se trata de un modo de producción de energía relativamente limpio, pues directamente contamina muy poco. El problema es que, vaya por Dios, genera una alta cantidad de residuos que hay que almacenar y mantener sellados y bien sellados porque son muy peligrosos. Y es que nadie quiere que le pongan un almacén de residuos nucleares al lado de su casa, y ya se sabe que los votantes son muy tiquismiquis con estas cosas. Por si esto fuera poco, aunque siempre podemos enviar los residuos a algún país del Tercer Mundo a cambio de una ayudita internacional, la cuestión es que se trata de un modo de producir energía demasiado arriesgado, pues en caso de accidente, y tratándose de seres humanos es algo que no se puede obviar, las consecuencias son catastróficas. El recuerdo de Chernóbil debería bastar para descartar la energía nuclear.
            Así las cosas, la única alternativa que nos queda es el desarrollo de las energías renovables, las cuales hoy en día están menos desarrolladas entre otras cosas porque la investigación en este campo lleva años de retraso en comparación con la investigación en energía nuclear. ¿Que cómo es que se ha investigado más en energía nuclear que en renovables? Las razones, como siempre, hay que buscarlas en las sinrazones de la economía y de los lobbies y en su interesada voluntad de favorecer más unas líneas de investigación que otras.

lunes, 24 de enero de 2011

La sociedad del miedo

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ecía Aristóteles que el ser humano es un animal político, un zoon politikon, porque por su propia naturaleza es un ser social. Pero el Estagirita sabía que la polis puede adoptar distintas formas y nosotros, los modernos, hace tiempo que dejamos de referirnos a la sociedad sin más y preferimos añadirle algún apellido, el cual suele variar en función de aquello que consideramos más relevante, más característico, de un modelo de sociedad. Por ello decimos que las sociedades premodernas son fundamentalmente agrarias cuando queremos acentuar el modo de producción predominante; que son sociedades tradicionales, para señalar que los sistemas normativos encuentran su fundamento en la tradición; o teocráticas, cuando queremos resaltar que dichas tradiciones y sistemas normativos dependen de la autoridad religiosa, la cual puede llegar a encarnar también el poder político. Las sociedades que llevan el apellido de modernas, en cambio, van aparejadas a otros apellidos: decimos que se trata de sociedades industriales, urbanas, racionales, en el sentido de que pretenden dotar de un fundamento racional a sus sistemas normativos, y laicas. Como vemos, distintos apellidos en función de qué características sociales se pretendan resaltar.
            En la segunda mitad del siglo XX, acaso debido a la rapidez con que se han venido precipitando los cambios, hemos asistido a una gran proliferación de los apellidos sociales. En la década de 1960, Guy Debord acuñó la expresión sociedad del espectáculo, con la que, en clave marxista, se refería a la inversión que se había producido en las sociedades capitalistas de las relaciones sociales, donde las relaciones entre personas habían sido sustituidas por relaciones entre mercancías. Más recientemente y al socaire del espectacular desarrollo de la nuevas teconologías de la información y la comunicación, las sociedades tardocapitalistas fueron calificadas como sociedades de la información. De la sociedad de la información, aquella en la que la información fluye a gran velocidad, se ha pretendido pasar la sociedad del conocimiento, lo que supone el salto cualitativo de dar sentido al inmenso caudal de información al que tenemos acceso en la actualidad.
            Pero lo que caracteriza a la sociedad del siglo XXI es el miedo. En la sociedad del miedo lo relevante es que los ciudadanos viven en estado de alarma permanente, pues sus vidas se hallan siempre bajo la amenaza de algún peligro real o figurado. Desde la última década del siglo pasado, asistimos al miedo generalizado, más bien infundado, a contraer alguna enfermedad más o menos extraña, más o menos letal. Primero vivimos pensando en que podíamos contraer el mal de las vacas locas, luego la gripe aviar. La amenaza de esta última reapareció el año pasado y generó una alarma social ciertamente inusitada. Mas si preocupante es el miedo de los ciudadanos a contraer alguna enfermedad, más lo es el que tenemos a sufrir un atentado terrorista a raíz del ataque a las torres gemelas. Y es que desde entonces hemos ido cediendo al Estado cotas de libertad a cambio de supuesta seguridad, igual que poco a poco vamos cediendo derechos ante el capital, los mercados se dice ahora, a causa del último de nuestros miedos: el miedo a la crisis y a perder el puesto de trabajo.

jueves, 20 de enero de 2011

La visita del gigante asiático

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stábamos todavía criticando al gobierno de China por no haber permitido a Liu Xiaobo viajar a Noruega a recoger el Nobel de la Paz, cuando el viceprimer ministro del gigante asiático, Li Keqiang, visitó España en vísperas de Reyes para tapar las bocas con sus regalos. Liu Xiaobo está en la cárcel por defender los derechos humanos en su país, por ocurrírsele nada menos que promover una carta pidiendo a su gobierno que lleve a cabo reformas democráticas. Y todos estábamos con él, pero, claro, los contratos multimillonarios ofrecidos por Li Keqiang, además del compromiso de comprar deuda pública española, hicieron que nos olvidáramos rápidamente de la importancia de los derechos humanos. Y así, de la indignación ética que nos produjo la ausencia de Liu Xiaobo en la ceremonia de entrega del premio, pasamos a la contrariedad estética que causaba su silla vacía, qué feo, tú, entre los miembros del Comité Nobel del Parlamento Noruego. De repente, todos nos volvimos postmodernos y recordamos que, al fin y al cabo, los derechos humanos son un producto cultural occidental y no se pueden exportar al resto de las culturas y bla, bla, bla.
            Desde luego, no seré yo quien afirme que no se pueden establecer relaciones comerciales con países en los que los derechos humanos no estén garantizados, pues es sabido que cuando eso ocurre son las personas de esos lugares las que primero y con más virulencia sufren las consecuencias, como sabido es también que los bloqueos de marras sirven antes para debilitar a los enemigos ideológicos que para defender los derechos fundamentales. Por lo demás, no se me esconde que China no es Cuba y que no está España, ni ningún país del mundo, en condiciones de ponerle freno a su expansión económica. Pero una cosa es establecer relaciones fructíferas para ambos y otra bien distinta es recibir a un alto dirigente de China y no hacer ni una sola mención a la situación de los derechos humanos en general y a la del premio Nobel de la Paz en particular.
            El caso es que a Li Keqiang lo recibieron el ZuperPresidente y varios miembros del Gobierno soecialista y todos quedaron encantados con los acuerdos alcanzados, incluidos, cómo no, los empresarios que cerraron importantes negocios con el representante del gobierno de China. Y como en Canarias no íbamos a ser menos, unos días más tarde celebramos la visita de otro viceprimer ministro chino, Hui Liangyu, a quien parece ser que entre Paulino Rivero, Jerónimo Saavedra y Javier Sánchez Simón  -¡toma consenso interpartidista!- han convencido de que el puerto de La Luz es la plataforma ideal para que las empresas chinas se lancen a conquistar, económicamente, se entiende, el continente africano. Sólo espero que la siempre bienvenida confraternización no sirva de pretexto a nuestros empresarios y políticos para convencernos de la idoneidad de trabajar a la china. Que ya se sabe que la ausencia de derechos es una de las claves del espectacular crecimiento de la economía del gigante asiático.

lunes, 17 de enero de 2011

Una crisis a la medida

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esde hace algo más de dos años la palabra crisis, esa que nuestro ZuperPresidente se negó durante tanto tiempo a pronunciar, ha inundado nuestras vidas hasta tal punto que, prácticamente, no hay tema sobre el que se discuta en el que de una u otra forma no aparezca: se hable de fútbol o de religión; de política o de literatura, lo cierto es que la cuestión de la dichosa crisis termina siempre por aflorar. Recuerdo que en el año 2008 el debate entre los analistas giraba en torno a la necesidad de replantear el capitalismo y la conveniencia de volver a un cierto keynesianismo a la luz de las consecuencias que las políticas neoliberales habían traído. Pocos éramos los que, ya entonces, advertíamos de que por mucho que se hablara de que se iba a refundar el capitalismo, lo cierto era que las propuestas que salían desde la mayor parte de las instancias económicas y políticas eran las mismas de siempre: seguir incidiendo en las políticas que habían conducido a que estallara la crisis, las propias del liberalismo conservador. Y es que ya se sabe que en tiempos de crisis las soluciones siempre son las mismas: contención (cuando no reducción) salarial, recortes de derechos laborales, rebajas sociales… en suma, medidas todas orientadas al debilitamiento del ya de por sí maltrecho Estado de bienestar.
            Otro de los asuntos que se discutían al comienzo de la crisis es el de si se trataba de una crisis real o no. La cuestión puede resultar baladí a la luz de los efectos demoledores de la maldita crisis en los años 2009 y 2010, con la pérdida de millones de puestos de trabajo; sin embargo, conviene recordar que lo que se discutía entonces no era tanto la realidad de la crisis sino si ésta era la consecuencia de los errores cometidos, ya fuera por acción u omisión, por los agentes económicos, los gobiernos y, en última instancia, los propios consumidores, o si, por el contrario, la crisis era el resultado de una acción planificada, es decir, si la crisis había sido generada voluntariamente.  
            A mi juicio esta pregunta sigue siendo relevante, pues sólo desde la respuesta adecuada se podrá afrontar la crisis y se podrá pensar en soluciones, ya que éstas habrán de ser radicalmente distintas si se considera que la crisis no surgió por la acumulación de errores sino por la voluntad de los más poderosos. Y es que tengo para mí que el daño que se está haciendo a la ciudadanía no sólo no era inevitable sino que ha sido provocado por quienes se han beneficiado de esta crisis, una crisis hecha a la medida por quienes escondidos bajo el antifaz de los mercados imponen sus políticas antisociales y, lo que es peor, nos intentan hacer creer –consiguiéndolo en muchas ocasiones- que tales medidas son indispensables si queremos salir de esta funesta situación, porque, sencillamente, el Estado de bienestar es inviable. Y si esto es así, entonces de nada sirve que pensemos en soluciones: sólo cabe obedecer y esperar a que los poderosos se den por satisfechos. A menos, claro, que pensemos en cambiar el modelo. Pero eso es propio de antisistemas trasnochados.