sábado, 17 de enero de 2015

¿Qué va a quedar de la democracia?

A
ntes de que los islamistas llevaran a cabo el atentado terrorista contra la libertad de expresión en París, Europa ya había dado muestras de una incipiente y a la vez preocupante islamofobia. Prueba de ello son las manifestaciones que con anterioridad a los asesinatos de los humoristas gráficos de la revista satírica Charlie Hebdo tuvieron lugar en Berlín y otras ciudades alemanas bajo el no menos satírico lema: “Contra la islamización de Occidente”. En realidad, el lema de marras no era nada satírico porque iba completamente en serio, si no, a lo mejor habría tenido hasta gracia. Pero la imagen de multitud de personas clamando por la esencia de Occidente, algunas de ellas portando cruces de fuego, lejos de causar risa lo que genera es preocupación, y hasta miedo, máxime tratándose de un lugar como Alemania con un pasado no tan remoto impregnado por la barbarie.
            Por fortuna, son muchos los que toman conciencia de que los islamistas que amenazan a la libertad, siendo como son ciertamente peligrosos, no pueden ser representativos de los 1500 millones de musulmanes que hay en el mundo. Son los mismos que saben que tan sagrado es el derecho a la libertad de expresión como el derecho a la libertad de culto, pues ambos son derechos fundamentales de las personas y como tales se hallan recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Y es que todos los derechos humanos tienen el mismo valor y no se puede conculcar unos con el pretexto de salvaguardar otros. Son en ese sentido inseparables e interdependientes, como, por cierto, saben bien nuestros alumnos de secundaria gracias, entre otras, a la asignatura de Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos que el ministro Wert, sus compañeros del PP y el fundamentalismo católico español, que haberlo haylo, encuentran tan peligrosa. Quienes no estamos dispuestos a ceder un ápice a la islamofobia sabemos también que ésta no consiste, ni mucho menos, en la crítica, ni siquiera en la mofa de las creencias religiosas de los musulmanes, pues una cosa es que todos tengamos derecho a la libertad de culto y otra bien distinta que las distintas creencias e increencias no puedan ser sometidas al juicio crítico y, por qué no, convertirse en objeto de la sátira.
            Con todo, y aunque los brotes islamófobos me parezcan ciertamente preocupantes, más alarmante me resulta la respuesta de los líderes europeos a la amenaza islamista. Y es que el atentado contra Charlie Hebdo ha servido de pretexto para volver a sacar a la palestra, como ya ocurriera tras el 11-S o el 11-M, el debate entre seguridad y libertad. Se trata, como ya afirmara entonces, de un falso dilema, porque en realidad, las sociedades más seguras del mundo son aquellas en las que los ciudadanos son más libres. Y es que en el siglo XXI la seguridad no puede consistir en otra cosa que en la mayor garantía posible de que no se violan los derechos fundamentales de los individuos. Por ello defender la seguridad a costa de la libertad es un sinsentido. Un sinsentido que, no obstante, los gobernantes europeos parecen haber asumido en lo que constituye un nuevo ataque contra la dignidad de la ciudadanía: la crisis les sirvió de pretexto para deteriorar los derechos económicos, sociales y culturales, y ahora la amenaza terrorista les sirve para arremeter contra los derechos civiles y políticos. ¿Qué va a quedar de la democracia?      

martes, 13 de enero de 2015

¿Todos somos 'Charlie Hebdo'?

E
l atroz atentado perpetrado la semana pasada contra los periodistas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo ha hecho correr ríos de tinta. La mayor parte de los comentaristas asimila la matanza a los atentados del 11-S en Nueva York, del 11-M en Madrid o del 7-J en Londres, mas tengo para mí que por mucho que el integrismo islámico esté detrás de los atentados terroristas y del asesinato de los periodistas, se trata de cuestiones diferentes. Y es que la barbarie cometida por los islamistas en las Torres Gemelas, los trenes de Atocha o el metro londinense constituye un ataque del islamismo a Occidente, sin matices, similar por cierto a los ataques con drones realizados por Estados Unidos contra civiles en diversos lugares del mundo o a los bombardeos contra la población civil de Gaza a los que Israel nos tiene acostumbrados. Pero el atentado terrorista contra los humoristas de Charlie Hebdo no tiene un objetivo indiscriminado, sino que constituye un atentado contra la libertad de expresión, lo que lo hace aún más grave.
            Atentar contra la libertad de expresión reviste de mayor gravedad a los asesinatos porque, de repente, nos podemos sentir amenazados. No es que los otros atentados terroristas no nos hayan atemorizado, pero no tienen capacidad por sí mismos para hacer cambiar la conducta de las personas: la gente, con miedo o sin él, no deja de acudir a su puesto de trabajo, de viajar en tren o de coger el metro por temor a un atentado. Pero si matan a humoristas gráficos por mofarse de Mahoma cabe la posibilidad de que los columnistas, tertulianos y las personas en general se lo piensen dos veces antes de expresar sus opiniones con libertad y eso es, a mi modo de ver, muchísimo más peligroso. Porque el derecho a la libertad de expresión es uno de los derechos humanos fundamentales y, por ende, es uno de los pilares básicos de la democracia. Sin libertad de expresión no hay dignidad posible.
            Es por ello que uno no puede sino alegrarse de la contumaz respuesta de los principales medios de comunicación a la barbarie islamista: “Todos somos Charlie Hebdo”, a la que, espontáneamente, se han sumado multitud de personas.  Sin embargo, no deja de ser sorprendente que los progresistas más cortos de miras se hayan rasgado las vestiduras porque algunos medios conservadores que en ocasiones han publicado editoriales críticos con revistas satíricas como El Jueves o Mongolia, cuyas portadas han encontrado ofensivas o desmesuradas, se hayan sumado a la campaña de solidaridad con la revista francesa. Es la misma confusión de quienes se han apresurado a escribir “Yo no soy Charlie Hebdo”, para dejar claro que en absoluto comparten el sentido del humor de la revista de marras.
          Ni unos ni otros parecen entender que ser hoy Charlie Hebdo no significa necesariamente identificarse con su línea editorial, sino sólo solidarizarse con su derecho a tenerla y que defender el derecho a la libertad de expresión implica, también, defender el derecho de los medios conservadores a criticar las portadas de las revistas satíricas que quieran, así como el derecho de las revistas satíricas a mofarse de quien deseen. Cuestión distinta es la inadmisible hipocresía de algunos líderes políticos como Mariano Rajoy, que después de aprobar la Ley Mordaza en España acude a la manifestación de París contra el terrorismo y en defensa de la libertad de expresión, o el secretario general de PSOE, Pedro Sánchez, que ya no recuerda que en 2007, cuando aún gobernaba el ZuperPresidente, la Audiencia ordenó el secuestro de una edición de la revista El Jueves a instancias de la Fiscalía General del Estado. 

miércoles, 7 de enero de 2015

Sin razones para el 'oPptimismo'

D
ice Mariano Rajoy que el año 2014 ha sido el de la recuperación económica y que el que ahora comienza va a ser el año en el que la economía española despegue definitivamente. Tal afirmación recuerda bastante a los brotes verdes de los que en su día hablara el ZuperPresidente, aquellos que nunca llegaron a pegar y que tan rápidamente fueron devorados por la insaciable crisis. Pero ahora las cosas son distintas, Rajoy dixit, porque los números macroeconómicos avalan la tesis mariana. Y es que según el Ppresidente, por primera vez desde que empezó la crisis, España cierra el año con cuatro trimestres consecutivos de crecimiento económico, lo cual ha permitido que comience a crearse empleo, como prueba el hecho de que el número de afiliados a la Seguridad Social se haya incrementado un 2 por ciento. Claro que el empleo generado no ha servido aún para que España, con una tasa de desempleo del 23.9 por ciento, deje de ser el país con más paro de la Unión Europea después de Grecia.
            Este crecimiento sostenido de la economía es el que lleva a Rajoy a mostrase tan optimista de cara al futuro, pues en 2015, siempre siguiendo las previsiones del Gobierno, la economía española crecerá por encima del 2 por ciento. Y digo yo que si esto es así, cabe esperar que las condiciones laborales mejoren de forma ostensible: si en 2014 el Gobierno se desmelenó y subió el salario mínimo interprofesional la exorbitante cantidad de 3 euros, igual este año nos vuelve a sorprender y lo suben 5 euros más y llegamos a los 653 eurazos. ¡Ahí es nada! Para que luego digan que la derecha no mira por la clase trabajadora. Aunque para optimistas el ministro de Economía, Luis de Guindos, quien aseguraba hace unos días en la cadena Ser que entre los que han mantenido su empleo se ha perdido el miedo a perder el puesto de trabajo. Y si a esos les sumamos los millones de trabajadores en paro, añado yo, pues ya tenemos un montón más sin miedo a perder el curro.
            Mas el optimismo del ministro De Guindos no termina ahí, porque también asegura que en 2015 se crearán, como mínimo, 800.000 puestos de trabajo. Ojalá tenga razón, pero ojalá que no sea como el empleo generado este año que acaba de terminar que no sirvió para mejorar el bienestar social tan sensiblemente como presume el Ppresidente. Y es que el empleo creado en 2014 ha sido, por lo general, de mala calidad: sólo el 8 por ciento de los nuevos contratos son indefinidos, se han incrementado los contratos a tiempo parcial y ha seguido creciendo la denominada pobreza laboral, fenómeno que se da cuando el trabajador, aun teniendo un puesto de trabajo, sigue siendo pobre, que es la prueba más fehaciente que se puede encontrar de que la explotación laboral, por si alguien aún lo dudaba, sigue siendo tan real como la vida misma. Y así las cosas no encuentra uno razones para tanto oPptimismo.

jueves, 11 de diciembre de 2014

A vueltas con la violencia

L
a violencia ha sido el tema estrella en los círculos mediáticos en las últimas semanas, a raíz del enfrentamiento entre los miembros del Frente Atlético y los del Riazor Blues que, como se sabe, se saldó con el fallecimiento de un hombre. La tan absurda como trágica muerte del hincha del Deportivo ha dado pie a múltiples reflexiones sobre la violencia en el mundo del fútbol, así como en otros ámbitos de la sociedad. Y aunque en la última entrega de LUCES DE TRASNOCHE ya mostraba yo mi disconformidad respecto a cómo se ha enfocado, por lo general, este asunto, pues, en mi opinión, nuestra sociedad, aun siendo violenta, lo es menos que en otras etapas de nuestra historia reciente, no digamos ya de la historia más remota, lo cierto es que en la actualidad muchas personas siguen siendo víctimas de la violencia, razón por la cual finalizaba el artículo con la promesa de volver a hablar sobre este tema, más concretamente sobre esas formas de violencia que se siguen sufriendo en el presente.
            Si hablamos de formas de violencia, lo primero que habría que señalar es que, en efecto, existen distintos tipos: violencia directa, por una parte, y violencia estructural, por otra, por más que ambas puedan darse a la vez. La primera es la violencia que tiene lugar cuando se produce una agresión, ya sea física o psíquica, de forma inmediata, es decir, sin mediación alguna entre el agresor y el agredido: golpes, maltratos físicos, humillaciones, degradaciones morales serían ejemplos de este tipo de violencia que es fácilmente identificable como tal. La segunda, en cambio, suele darse más bien de manera mediata y es la violencia que consiste en la violación de los derechos humanos. Se trata de una forma de violencia, la estructural, que no siempre se identifica como tal, pues puede ejercerse sin que haya agresiones directas.
           Acaso la máxima expresión de la violencia directa sea la guerra y por ello mismo nuestra sociedad es en ese sentido mucho menos violenta que en otras etapas de nuestra historia reciente. Incluso si atendemos a otras formas de violencia directa que van desde los asesinatos motivados por espurios intereses a las simples peleas callejeras, parece claro que no es ésta una forma de violencia que sea especialmente preocupante en la actualidad. Mas si atendemos a la violencia estructural, a la conculcación de los derechos humanos y, por ende, a la falta de respeto a la dignidad humana, sólo podemos concluir que por más que con la llegada de la democracia tal violencia haya menguado, nuestra sociedad sigue soportando unos niveles de violencia inadmisibles. Así lo atestiguan, por ejemplo, los datos relativos a los niveles de pobreza y de desigualdad que constituyen una de las más claras expresiones de la violencia estructural a la que nos estamos refiriendo. 

martes, 9 de diciembre de 2014

¿Una sociedad más violenta que 'antes'?

L
a muerte de Francisco Javier Romero Taboada, el hincha del Deportivo de La Coruña que falleció en la batalla campal protagonizada por el Frente Atlético y los Riazor Blues el pasado 30 de noviembre, ha hecho que en España se disparen las alarmas ante la presencia de la violencia en el fútbol y en otros ámbitos de la vida social, con el consiguiente eco mediático o, quizás, gracias precisamente a la atención prestada por los medios de comunicación a este asunto. Y es que, en efecto, durante días no ha habido tertulia radiofónica o televisiva ni sección de opinión en la prensa escrita en la que no se haya tratado una y otra vez el problema de la violencia. Desde luego parece claro que la muerte de un hombre de forma tan absurda bien merece una reflexión colectiva, pero tengo para mí que en muchas ocasiones el enfoque con el que se pretende analizar esta cuestión no es del todo adecuado.
            Mas antes de entrar en este asunto no quisiera dejar de señalar mi sorpresa ante la atención mediática que esta cuestión ha concitado. Y no porque el tema no lo merezca sino porque en España llevamos mucho tiempo viendo cómo la violencia machista se ceba sobre las mujeres y son ya muchas las que han muerto a manos de sus maridos, parejas o exparejas sin que ello haya ocasionado nunca tal revuelo mediático. Todos sabemos que cuando se ha perpetrado un crimen de estas características los medios de comunicación informan del suceso pero no le dedican un lugar central en todas las tertulias políticas ni espacios informativos durante tantos días. Y así las cosas la indignación de muchas mujeres ante la diferencia de trato es absolutamente razonable. Será que el fútbol sigue siendo cosa de hombres.
          Lo que acabamos de decir con respecto a la violencia de género bien podríamos extrapolarlo a otras formas de violencia que están presentes en nuestra sociedad diariamente, con sus víctimas y sus victimarios, y que sin embargo no suelen constituir el objeto de análisis de nuestros sesudos tertulianos. Sin embargo, no es sobre eso sobre lo que yo quisiera hoy mostrar mis discrepancias, sino sobre otro asunto en el que todo el mundo parece estar de acuerdo, siquiera sea de forma tácita. Y es que cuando uno presta atención a los planteamientos de los analistas y las informaciones pretendidamente objetivas relativas a la violencia se queda con la sensación de que no sólo nuestra sociedad es violenta sino que es más violenta ahora que antes. Un antes que, por descontado, no se concreta nunca a qué momento histórico se refiere. ¿Es nuestra sociedad más violenta que en los años 30, cuando los españoles se enfrentaron entre sí en una cruenta guerra civil? ¿Acaso la España franquista fue menos violenta que la actual? ¿Y la de los inicios de la democracia, cuando, por poner un ejemplo, todavía los profesores pegaban en los colegios? Nuestra sociedad es violenta, sí, pero menos que antes. De esas violencias del presente hablamos otro día.