viernes, 26 de mayo de 2017

Más allá de 'La internacional'

H
ay que ver las sorpresas que puede dar la democracia a quienes se apresuran a ganar referendos y elecciones antes de que se celebren. Y es que últimamente no hay manera de que las urnas satisfagan a las élites: primero fue el Brexit, luego Colombia, después Trump y ahora, salvando las distancias, Pedro Sánchez. Quién iba a decir que el dimitido, más bien depuesto, secretario general del PSOE emergería de sus cenizas cual ave fénix para hacerse de nuevo con la secretaría general del partido de la rosa. El mismo que el pasado octubre tuvo que dejar el cargo después de que 17 miembros de la ejecutiva federal de su partido dimitieran en bloque para impedirle intentar formar un gobierno alternativo. El mismo que hubo de abandonar su escaño para no quebrantar la disciplina de partido frente a la abstención pergeñada por la gestora que hizo posible que Mariano Rajoy fuera investido, ¡ay!, presidente del Gobierno.
            Cuando Pedro Sánchez alcanzó por primera vez la secretaría general del PSOE, en el verano de 2014, se enfrentó también a otros dos candidatos: Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. Susana Díaz no concurrió a esas primarias y entonces se dijo que era una estrategia del aparato, que se nombraba a Pedro Sánchez secretario general para que se quemara él y no desgastar a la elegida por las élites del partido. Tanto fue así que columnistas y tertulianos del más diverso pelaje ideológico no tuvieron ningún reparo en apodarlo el Breve, los mismos que, imagino, se apresuran ahora a referirse al flamante nuevo secretario general del PSOE con el sobrenombre de Pedro Sánchez el Renacido. El tiempo dirá si el renacimiento de marras, tan celebrado por la militancia como denostado por la vieja guardia, se consolida o resulta ser efímero. Y es que en política, a diferencia de lo que ocurre en la vida, se puede morir dos veces y por muchos llamamientos a la unidad que se hagan por parte de unos y otros, la reconciliación no parece muy creíble y la rosa desprende un inconfundible aroma a conspiración.
        Sea como fuere, hay que concederle a Pedro Sánchez que tenía razón cuando decía ser el candidato de la militancia. Ahora hay que exigirle al recién elegido secretario general de los socialistas coherencia con las siglas y con el izquierdismo que dice defender, por más que resulte llamativo que el que fuera considerado el menos izquierdista de los tres candidatos de 2014 haya sido, finalmente, el que haya hecho que La internacional vuelva a sonar en Ferraz. Tal izquierdismo no se puede limitar a entonar himnos con el puño en alto y debe traducirse en un intento serio de liderar un pacto con otras fuerzas políticas de izquierdas que constituya una alternativa real para desalojar al Partido Popular del Gobierno, si es que Pedro Sánchez aspira a que su partido pueda diferenciarse nítidamente del PP y deje de tener sentido que nos refiramos a ambos como el PPSOE. 

sábado, 20 de mayo de 2017

A propósito de las primarias del PSOE

M
añana se celebran las primarias del PSOE y aunque en principio se pudiera pensar que se trata de un asunto interno del partido que afecta exclusivamente a los militantes, lo cierto es que, a poco que reflexionemos, es fácil darse cuenta de que lo que está en juego nos afecta a todos, incluso a los que ni tenemos carnet del PSOE ni albergamos mayores simpatías hacia el partido de la rosa. Y es que el SOE no sólo es el partido que durante más tiempo ha gobernado en España, sino que, a día de hoy, sigue siendo la segunda fuerza política y aspira, cómo no, a volver a ejercer la hegemonía. De los resultados de mañana dependerá, en buena medida, que los socialistas recuperen los votos perdidos y, si ello llegara a suceder algún día, es seguro que el rumbo de sus políticas, así como de sus pactos, será bien distinto en función de quien tome las riendas del partido.
            A tenor de los avales presentados, sólo Susana Díaz y Pedro Sánchez tienen posibilidades de ganar las elecciones, pero quién sabe, quizás Patxi López dé la sorpresa y finalmente se erija en el nuevo secretario general: después del brexit y Trump quién se atreve a descartar al exlendakari. Si los militantes otorgan la secretaría general a Susana Díaz, la candidata del aparato, no cabe esperar grandes cambios. Si, por el contrario, el depuesto Pedro Sánchez vuelve a tener mando en Ferraz, entonces es de suponer que hará lo posible por desalojar al PP del Gobierno y formar, esta vez sí, un gobierno de progreso, un gobierno de cambio. En cuanto a Patxi López, ya gobernó en coalición con el PP en el País Vasco, pero también formó parte del equipo de Pedro Sánchez, así que, visto que el eje central de su programa no va más allá de estar en medio de los otros dos candidatos, de esta tercera vía puede esperarse cualquier cosa, aunque el talante del personaje no invita a pensar en giros revolucionarios, sino más bien en adaptaciones ad hoc, en aras de la unidad del partido y la paz interna, por supuesto.
          Así las cosas, todos debemos estar expectantes ante lo que decida la militancia. Es fácil suponer que en el PP esperen que gane Susana Díaz, pues su continuidad en el Gobierno depende en buena medida de ello. Incluso de cara al futuro resultaría más sencillo entenderse con la candidata de la vieja guardia que con Pedro Sánchez. Algo similar estarán pensando en Ciudadanos, pues tengo para mí que su acuerdo con Pedro Sánchez fue en realidad el pacto que el aparato del PSOE pergeñó para no llegar a un entendimiento con Podemos. Y son los de Podemos precisamente, y con ellos todos los que se consideran de izquierdas y no son votantes del SOE, los que a estas alturas se estarán ahogando en un mar de dudas: ¿será preferible que gane Pedro Sánchez y así poder formar ya un gobierno del cambio, o a medio plazo es mejor que gane Susana Díaz y que ello propicie en el futuro una desbandada de los votos de izquierdas que haga que el PSOE siga la misma suerte que otros partidos socialistas de Europa?

viernes, 5 de mayo de 2017

Un artículo por analogía

E
n la edición de La Provincia del pasado sábado, Javier Durán nos obsequiaba a los aficionados a leer artículos de opinión con una entrega de Reseteando en la que, con la maestría que le caracteriza, planteaba una analogía entre la naturaleza y el hombre. La aparición de los llamados cabellos de Venus, unas bacterias que además de la belleza de su nombre prometen la renovación de la vida, constituían el motivo de la analogía de marras. Y es que el surgimiento de estos filamentos blancos llevaba a Durán a preguntarse si, del mismo modo que en el orden natural, tras la erupción del volcán submarino de El Hierro, había sido posible la regeneración, no sería igualmente viable, en el orden humano, la regeneración después del torrente de corrupción al que hemos venido asistiendo en los últimos tiempos.
Un par de páginas más adelante (o más atrás, según se mire), eran otras las bacterias protagonistas. Ahora se informaba del cierre de El Confital debido a la contaminación de sus aguas, si bien no quedaba clara la causa del elevado nivel de las bacterias fecales, los enterococos: un vertido en la Cueva de los Nidillos o los pozos negros de las antiguas chabolas son las hipótesis barajadas por los técnicos. Y el caso es que la analogía de Durán me ha inspirado a mí para elaborar otra, sin duda más chapucera, en virtud de la cual, y sin entrar en muchos detalles, aconsejaría a los técnicos que investigaran a ver cuántas sedes de partidos políticos encuentran en la zona, no vaya a ser que sea ésa la causa de la infección, que ya se sabe que el índice de enterococos en los partidos políticos es directamente proporcional a la cuota de poder que se haya ejercido multiplicada por el número de años.
Al hilo de su analogía, Durán planteaba cuatro cuestiones de las que a mí ahora me interesa destacar la tercera, aquella en la que el articulista se preguntaba: “¿Será recuperable la confianza en los tres poderes del Estado? ¿O siempre nos quedará la duda de que hay fuerzas misteriosas, desconocidas, que arrinconan la democracia?”. Hoy más que nunca resulta complicado confiar en los poderes del Estado, cuando precisamente la corrupción funciona como el cemento más eficaz para mantener unidos esos poderes que, desde Montesquieu y Kant, pensamos que debieran permanecer siempre separados; cuando las puertas giratorias nos revelan hasta qué punto economía y política forman parte de una y la misma cosa, el poder, se nos hace ciertamente más fácil mantener la suspicacia que la confianza. Y es que si el Estado, por mucho que se defina como social y democrático de derecho, es siempre un instrumento de dominio de unas clases sobre otras; si la democracia ha de consistir en el autogobierno de los ciudadanos y ello resulta incompatible con las desigualdades sociales y el modo de producción que las genera, el capitalismo, se me antoja que la pregunta de Durán, cuya pertinencia está fuera de toda duda, acaso sea una pregunta retórica, aun si por un momento pudiéramos dejar la corrupción fuera de nuestra reflexión.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Democracia y derechos humanos

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emocracia y derechos humanos no son exactamente lo mismo pero están estrechamente vinculados. Ciertamente la democracia se remonta, al menos, a la antigua Grecia, mientras que los derechos humanos tienen una historia mucho más corta, pues las primeras cartas surgen en el siglo XVIII, al socaire de la Ilustración. No obstante, la democracia moderna nace también en el Siglo de las Luces y a pesar de que para algunos se trata de una cuestión meramente procedimental, de un mecanismo para la toma de decisiones colectivas, tengo para mí que la democracia es mucho más que un procedimiento formal, que también, pues hemos de considerarla como una exigencia ética que deriva de los derechos humanos, los cuales no serían otra cosa que, para decirlo con Javier Muguerza, las exigencias morales de libertad, igualdad y dignidad de los individuos.
            En efecto, los primeros derechos humanos reconocidos fueron los derechos negativos, los derechos civiles y políticos, que son derechos de libertad. El derecho a participar en los procesos de toma de decisiones públicas es pues lo que da sentido a la democracia y la razón por la que ésta, si los derechos humanos son exigencias morales, es una exigencia ética. Mas los derechos civiles como la libertad de expresión o de pensamiento van indefectiblemente ligados a los políticos, pues lo que tratan de proteger es la libertad, de ahí que sean considerados, con razón, como genuinos pilares de las democracias contemporáneas. Empero los derechos humanos no se agotan en los derechos de libertad sino que tratan de proteger también la igualdad entre los individuos. Ello es así al menos desde 1948, año en que se proclamó la vigente Declaración Universal de los Derechos Humanos que añade los denominados derechos positivos, es decir, los derechos económicos, sociales y culturales, tales como el derecho a la educación, al trabajo, a una vivienda digna, etc. Y si el fundamento de la democracia se halla en los derechos humanos, entonces también debe garantizar los derechos humanos de la segunda generación, con lo que la democracia, además de procedimental, habrá de ser asimismo sustantiva.
              Que la democracia deba proteger por igual los derechos humanos positivos y los negativos no es algo universalmente aceptado. De hecho, entre los partidarios del liberalismo más conservador, esos que en el mundo anglosajón se autodenominan libertarians, una especie de anarcocapitalistas o anarquistas de derechas, los derechos positivos no serían propiamente derechos humanos pues constituirían un atentado contra el sagrado derecho a la propiedad, que, ese sí, es para ellos un derecho fundamental. Esa es la lógica que en buena medida inspira al Gobierno, por lo que no es de extrañar, por más indignante que resulte, que las políticas lideradas por Mariano Rajoy y su equipo hayan estado orientadas al desmantelamiento del ya de por sí maltrecho Estado de bienestar hasta convertirlo en una suerte de Estado de malestar. Lo que además de indignante resulta sorprendente, viniendo de presuntos liberales, son los ataques a los derechos civiles que se están perpetrando en España últimamente. ¿Cómo entender la ley mordaza o los atentados contra la libertad de expresión que suponen el caso de los titiriteros, la drag Sethlas o los tuits de Cassandra? ¿Puede nuestra democracia ser merecedora de tal nombre si no garantiza los derechos de igualdad, ni tan siquiera los derechos de libertad? Los derechos humanos constituyen, digámoslo una vez más, el fundamento de la democracia y si ésta no es capaz de garantizarlos, sencillamente, deja de ser una democracia genuina. 

domingo, 26 de marzo de 2017

La filosofía no sirve para nada

E
n alguna otra ocasión me he referido al hecho de que quienes nos dedicamos profesionalmente a la filosofía nos hemos tenido que enfrentar a la pregunta, a veces insidiosa, de para qué sirve nuestra disciplina. Más allá de la conocida respuesta de Deleuze, para quien la filosofía no sirve ni a nada ni a nadie, soy de los que piensan que quienes nos interpelan, independientemente de sus intenciones, merecen una respuesta. Merecen una respuesta quienes formulan la pregunta con desdén, pero también la merecen quienes, desconociendo de qué va eso de la filosofía, se acercan a nosotros con respeto y verdadera curiosidad. Y es que ciertamente una de las cuestiones que han ocupado a la filosofía secularmente ha sido la necesidad de dar razón de la propia filosofía, del sentido que puede tener, todavía hoy, el ejercicio del filosofar.
            Tanto para responder a unos como a otros, permítanme que me remita a lo que hace ya mucho tiempo dijera Aristóteles, uno de los grandes filósofos de la Antigüedad que en el siglo XXI tiene aún mucho que enseñarnos. A los curiosos, a los que tienen verdadero interés en averiguar para qué sirve la filosofía, les convendrá saber que Aristóteles abre la Metafísica, una de sus grandes obras, afirmando que “todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber”, con lo que esa curiosidad suya, ese interés por aprender, respondería bien a las inclinaciones naturales de todo hombre al decir del Estagirita. Y es que si, tal como señala Aristóteles, “lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración”, la curiosidad de nuestros interpelantes bien puede ser considerada como este sentimiento originario que conduce al filosofar.
A los primeros, a quienes preguntan con un desprecio no exento de autosuficiencia, a quienes interrogan con la única y maliciosa intención de hacer ver la inutilidad de la filosofía, también les recomendaría que, siquiera por una vez, escucharan lo que el viejo Aristóteles aún tiene que decir. Pues, en efecto, en la obra de marras nuestro filósofo define la filosofía como “la ciencia teórica de los primeros principios y de las primeras causas”. Y el hecho de que sea una disciplina teórica, es decir, que no tenga una utilidad concreta, es lo que le da, precisamente, más valor del que puedan tener todas aquellas formas de conocimiento que tengan a la utilidad por fin. Los despreciadores de la filosofía ponen el énfasis en la inutilidad de la misma, queriendo hacer ver que, por inútil, la filosofía carece de valor. Cometen el grave error de confundir utilidad con valor. Y es que las cosas útiles lo son en tanto que medios que conducen a fines, de manera que no pueden ser valiosas en sí mismas: su valor es siempre relativo a los fines perseguidos y radica en su eficacia y eficiencia para la consecución de los mismos. La mayor parte de nuestros fines los perseguimos no porque tengan un valor en sí mismos sino porque constituyen buenos medios para alcanzar otros fines más importantes, y así sucesivamente hasta llegar a lo que Aristóteles, en otra obra capital suya, Ética a Nicómaco, denominó los fines últimos: aquellos que se persiguen por sí mismos, que son fines en sí y tienen un valor en sí mismos y no un mero valor relativo; aquellos que ya no constituyen un simple medio para alcanzar otro fin, inútiles por definición, y precisamente por ello los más valiosos. Y acaso la filosofía, cuyo sentido último no es otro que dar respuesta al afán de saber de los hombres, debiera ser considerada un fin último, cuyo extremo valor radique precisamente en que, digámoslo sin ambages, es perfectamente inútil.
Entre los despreciadores de la filosofía de los últimos años ocupan un lugar destacado, qué duda cabe, los que pergeñaron e impusieron la ley de educación en vigor, la funesta Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE). No hay sino que ver la reducción horaria que ha sufrido la materia en el Bachillerato y en la ESO para constatar que la filosofía no entraba entre las prioridades del ya exministro José Ignacio Wert. Mas con lo que no contaba yo, cándido que es uno, es con el maltrato que los responsables de las dos universidades públicas canarias le iban a dispensar a la ya de por sí maltratada filosofía. Y es que, como ha sido publicado en la prensa en estos días, la Historia de la Filosofía, en el itinerario de Ciencias Sociales, ponderará en la nueva prueba de acceso a la universidad, si nadie lo remedia, la mitad de lo que ponderarán las otras dos asignaturas troncales de opción en el itinerario de marras. Una agresión en toda regla a la filosofía y al millar de alumnos que escogieron la asignatura sin saber lo que les tenían reservado los dirigentes de la Universidad de La Laguna y de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, siempre tan magníficos. Esperemos que los guardianes de esos templos del saber recapaciten y no persistan en el error de restarle valor a la filosofía por más que ésta, como ya se ha dicho, no sirva para nada.