lunes, 31 de enero de 2011

Lecciones del Magreb

U
n fantasma recorre el mundo árabe desde que el pueblo tunecino se rebeló contra la dictadura de Ben Ali. Las protestas protagonizadas sobre todo por los jóvenes de Túnez y a las que se han ido sumando ciudadanos de todos los sectores han conseguido echar al tirano del país, que llevaba en el poder desde finales de los años ochenta, y abrir un rayo de esperanza en la lucha por la libertad y la justicia social. Y todo ello sin recurrir a la violencia. Se trata sin duda de una buena noticia para los defensores de la democracia y los derechos humanos, aunque aún esté por ver cuál es el resultado de esta auténtica revolución social y política, como se apresuran a señalar los hipócritas gobiernos occidentales, que han apoyado al régimen de Ben Ali durante todos estos años. De momento, el dictador, acompañado de su familia y de toneladas de oro, ha abandonado el país y se ha refugiado en Arabia Saudí, el gran aliado árabe de Occidente en Oriente Próximo, que, miren por dónde, tampoco es lo que se dice el paradigma de la democracia y del respeto de los derechos fundamentales.
            La revolución del Twitter, como la llaman algunos por la importancia que parece ser han tenido las redes sociales, no se ha detenido en Túnez, sino que amenaza con extenderse a Libia y a Argelia, quién sabe si a Marruecos, y ya es una realidad en Egipto. No sabemos si los manifestantes, contra los que se ha ejercido una brutal violencia, conseguirán derrocar a Hosni Mubarak, pero todo apunta a que el dictador egipcio ya debe de estar preparando las maletas, más cuando sus amigos occidentales empiezan, aunque tímidamente, a darle la espalda. Y es que los rebeldes no se han arredrado ni siquiera ante los tanques y los toques de queda y han tomado la calle, cansados ya de los abusos del poder, de la falta de libertad y de la miseria.
            Los progresistas europeos miran con buenos ojos las revueltas llevadas a cabo por sus vecinos del sur. Y en Canarias haríamos bien en tomar buena nota de las lecciones de los insurgentes norteafricanos, pues, aunque es obvio que las condiciones de vida en las Islas no son iguales a las que padecen quienes han venido sufriendo las injusticias de estos regímenes autoritarios del Magreb postcolonial, tampoco aquí la situación está para muchas alegrías. Con más de 250.000 parados, lo que supone el 30 por ciento de la población activa y el 50 por ciento si nos centramos en los jóvenes, y con una media salarial de pena en una zona que por ultraperiférica que sea no deja de pertenecer a la vieja e ilustrada Europa, acaso debiéramos emular a tunecinos y egipcios y salir a la calle a exigir una más justa distribución de la riqueza y del empleo.

miércoles, 26 de enero de 2011

A vueltas con la energía nuclear

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l debate sobre la energía nuclear es como el Guadiana, ya se sabe, aparece y desaparece. Ahora, inmersos como estamos en una crisis económica y sin que se vea aún la luz al final del túnel, han venido las lumbreras que rigen nuestros destinos a recordarnos que, vaya la economía como vaya, estamos desde hace tiempo afrontando una crisis energética. Ésta se debe, sobre todo, a que nuestro modo de vida se basa en el consumo de energía eléctrica, la cual, hasta ahora, se obtiene de tres fuentes principales: mediante la combustión de fósiles, la energía nuclear o el aprovechamiento de las fuentes de energía renovables. El primer modo, que es el convencional, es altamente contaminante, ya se trate de quemar carbón, petróleo o gas. Ciertamente que el carbón contamina más que el petróleo y éste más que el gas, pero la combustión de cualquiera de las tres materias es altamente perjudicial para la vida en el planeta. Éste es un inconveniente serio, o debiera serlo, pero además hay otro que ya es definitivo: las reservas de fósiles son finitas, esto es, tarde o temprano se acabarán y entonces, o disponemos de una manera alternativa de generar electricidad o sencillamente nuestro mundo se viene abajo.
            Los genios de la política, que vayan ustedes a saber de qué lámpara salieron, son conscientes de estos problemas, sobre todo del segundo, para qué nos vamos a engañar, y por ello andan desde hace tiempo dándole vueltas al asunto y han llegado a la conclusión de que la alternativa más rápida es la nuclear. ¿Por qué? Pues porque ahora mismo, dicen, disponemos de la tecnología adecuada para producir en centrales nucleares la electricidad que necesitamos. Además, se trata de un modo de producción de energía relativamente limpio, pues directamente contamina muy poco. El problema es que, vaya por Dios, genera una alta cantidad de residuos que hay que almacenar y mantener sellados y bien sellados porque son muy peligrosos. Y es que nadie quiere que le pongan un almacén de residuos nucleares al lado de su casa, y ya se sabe que los votantes son muy tiquismiquis con estas cosas. Por si esto fuera poco, aunque siempre podemos enviar los residuos a algún país del Tercer Mundo a cambio de una ayudita internacional, la cuestión es que se trata de un modo de producir energía demasiado arriesgado, pues en caso de accidente, y tratándose de seres humanos es algo que no se puede obviar, las consecuencias son catastróficas. El recuerdo de Chernóbil debería bastar para descartar la energía nuclear.
            Así las cosas, la única alternativa que nos queda es el desarrollo de las energías renovables, las cuales hoy en día están menos desarrolladas entre otras cosas porque la investigación en este campo lleva años de retraso en comparación con la investigación en energía nuclear. ¿Que cómo es que se ha investigado más en energía nuclear que en renovables? Las razones, como siempre, hay que buscarlas en las sinrazones de la economía y de los lobbies y en su interesada voluntad de favorecer más unas líneas de investigación que otras.

lunes, 24 de enero de 2011

La sociedad del miedo

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ecía Aristóteles que el ser humano es un animal político, un zoon politikon, porque por su propia naturaleza es un ser social. Pero el Estagirita sabía que la polis puede adoptar distintas formas y nosotros, los modernos, hace tiempo que dejamos de referirnos a la sociedad sin más y preferimos añadirle algún apellido, el cual suele variar en función de aquello que consideramos más relevante, más característico, de un modelo de sociedad. Por ello decimos que las sociedades premodernas son fundamentalmente agrarias cuando queremos acentuar el modo de producción predominante; que son sociedades tradicionales, para señalar que los sistemas normativos encuentran su fundamento en la tradición; o teocráticas, cuando queremos resaltar que dichas tradiciones y sistemas normativos dependen de la autoridad religiosa, la cual puede llegar a encarnar también el poder político. Las sociedades que llevan el apellido de modernas, en cambio, van aparejadas a otros apellidos: decimos que se trata de sociedades industriales, urbanas, racionales, en el sentido de que pretenden dotar de un fundamento racional a sus sistemas normativos, y laicas. Como vemos, distintos apellidos en función de qué características sociales se pretendan resaltar.
            En la segunda mitad del siglo XX, acaso debido a la rapidez con que se han venido precipitando los cambios, hemos asistido a una gran proliferación de los apellidos sociales. En la década de 1960, Guy Debord acuñó la expresión sociedad del espectáculo, con la que, en clave marxista, se refería a la inversión que se había producido en las sociedades capitalistas de las relaciones sociales, donde las relaciones entre personas habían sido sustituidas por relaciones entre mercancías. Más recientemente y al socaire del espectacular desarrollo de la nuevas teconologías de la información y la comunicación, las sociedades tardocapitalistas fueron calificadas como sociedades de la información. De la sociedad de la información, aquella en la que la información fluye a gran velocidad, se ha pretendido pasar la sociedad del conocimiento, lo que supone el salto cualitativo de dar sentido al inmenso caudal de información al que tenemos acceso en la actualidad.
            Pero lo que caracteriza a la sociedad del siglo XXI es el miedo. En la sociedad del miedo lo relevante es que los ciudadanos viven en estado de alarma permanente, pues sus vidas se hallan siempre bajo la amenaza de algún peligro real o figurado. Desde la última década del siglo pasado, asistimos al miedo generalizado, más bien infundado, a contraer alguna enfermedad más o menos extraña, más o menos letal. Primero vivimos pensando en que podíamos contraer el mal de las vacas locas, luego la gripe aviar. La amenaza de esta última reapareció el año pasado y generó una alarma social ciertamente inusitada. Mas si preocupante es el miedo de los ciudadanos a contraer alguna enfermedad, más lo es el que tenemos a sufrir un atentado terrorista a raíz del ataque a las torres gemelas. Y es que desde entonces hemos ido cediendo al Estado cotas de libertad a cambio de supuesta seguridad, igual que poco a poco vamos cediendo derechos ante el capital, los mercados se dice ahora, a causa del último de nuestros miedos: el miedo a la crisis y a perder el puesto de trabajo.

jueves, 20 de enero de 2011

La visita del gigante asiático

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stábamos todavía criticando al gobierno de China por no haber permitido a Liu Xiaobo viajar a Noruega a recoger el Nobel de la Paz, cuando el viceprimer ministro del gigante asiático, Li Keqiang, visitó España en vísperas de Reyes para tapar las bocas con sus regalos. Liu Xiaobo está en la cárcel por defender los derechos humanos en su país, por ocurrírsele nada menos que promover una carta pidiendo a su gobierno que lleve a cabo reformas democráticas. Y todos estábamos con él, pero, claro, los contratos multimillonarios ofrecidos por Li Keqiang, además del compromiso de comprar deuda pública española, hicieron que nos olvidáramos rápidamente de la importancia de los derechos humanos. Y así, de la indignación ética que nos produjo la ausencia de Liu Xiaobo en la ceremonia de entrega del premio, pasamos a la contrariedad estética que causaba su silla vacía, qué feo, tú, entre los miembros del Comité Nobel del Parlamento Noruego. De repente, todos nos volvimos postmodernos y recordamos que, al fin y al cabo, los derechos humanos son un producto cultural occidental y no se pueden exportar al resto de las culturas y bla, bla, bla.
            Desde luego, no seré yo quien afirme que no se pueden establecer relaciones comerciales con países en los que los derechos humanos no estén garantizados, pues es sabido que cuando eso ocurre son las personas de esos lugares las que primero y con más virulencia sufren las consecuencias, como sabido es también que los bloqueos de marras sirven antes para debilitar a los enemigos ideológicos que para defender los derechos fundamentales. Por lo demás, no se me esconde que China no es Cuba y que no está España, ni ningún país del mundo, en condiciones de ponerle freno a su expansión económica. Pero una cosa es establecer relaciones fructíferas para ambos y otra bien distinta es recibir a un alto dirigente de China y no hacer ni una sola mención a la situación de los derechos humanos en general y a la del premio Nobel de la Paz en particular.
            El caso es que a Li Keqiang lo recibieron el ZuperPresidente y varios miembros del Gobierno soecialista y todos quedaron encantados con los acuerdos alcanzados, incluidos, cómo no, los empresarios que cerraron importantes negocios con el representante del gobierno de China. Y como en Canarias no íbamos a ser menos, unos días más tarde celebramos la visita de otro viceprimer ministro chino, Hui Liangyu, a quien parece ser que entre Paulino Rivero, Jerónimo Saavedra y Javier Sánchez Simón  -¡toma consenso interpartidista!- han convencido de que el puerto de La Luz es la plataforma ideal para que las empresas chinas se lancen a conquistar, económicamente, se entiende, el continente africano. Sólo espero que la siempre bienvenida confraternización no sirva de pretexto a nuestros empresarios y políticos para convencernos de la idoneidad de trabajar a la china. Que ya se sabe que la ausencia de derechos es una de las claves del espectacular crecimiento de la economía del gigante asiático.

lunes, 17 de enero de 2011

Una crisis a la medida

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esde hace algo más de dos años la palabra crisis, esa que nuestro ZuperPresidente se negó durante tanto tiempo a pronunciar, ha inundado nuestras vidas hasta tal punto que, prácticamente, no hay tema sobre el que se discuta en el que de una u otra forma no aparezca: se hable de fútbol o de religión; de política o de literatura, lo cierto es que la cuestión de la dichosa crisis termina siempre por aflorar. Recuerdo que en el año 2008 el debate entre los analistas giraba en torno a la necesidad de replantear el capitalismo y la conveniencia de volver a un cierto keynesianismo a la luz de las consecuencias que las políticas neoliberales habían traído. Pocos éramos los que, ya entonces, advertíamos de que por mucho que se hablara de que se iba a refundar el capitalismo, lo cierto era que las propuestas que salían desde la mayor parte de las instancias económicas y políticas eran las mismas de siempre: seguir incidiendo en las políticas que habían conducido a que estallara la crisis, las propias del liberalismo conservador. Y es que ya se sabe que en tiempos de crisis las soluciones siempre son las mismas: contención (cuando no reducción) salarial, recortes de derechos laborales, rebajas sociales… en suma, medidas todas orientadas al debilitamiento del ya de por sí maltrecho Estado de bienestar.
            Otro de los asuntos que se discutían al comienzo de la crisis es el de si se trataba de una crisis real o no. La cuestión puede resultar baladí a la luz de los efectos demoledores de la maldita crisis en los años 2009 y 2010, con la pérdida de millones de puestos de trabajo; sin embargo, conviene recordar que lo que se discutía entonces no era tanto la realidad de la crisis sino si ésta era la consecuencia de los errores cometidos, ya fuera por acción u omisión, por los agentes económicos, los gobiernos y, en última instancia, los propios consumidores, o si, por el contrario, la crisis era el resultado de una acción planificada, es decir, si la crisis había sido generada voluntariamente.  
            A mi juicio esta pregunta sigue siendo relevante, pues sólo desde la respuesta adecuada se podrá afrontar la crisis y se podrá pensar en soluciones, ya que éstas habrán de ser radicalmente distintas si se considera que la crisis no surgió por la acumulación de errores sino por la voluntad de los más poderosos. Y es que tengo para mí que el daño que se está haciendo a la ciudadanía no sólo no era inevitable sino que ha sido provocado por quienes se han beneficiado de esta crisis, una crisis hecha a la medida por quienes escondidos bajo el antifaz de los mercados imponen sus políticas antisociales y, lo que es peor, nos intentan hacer creer –consiguiéndolo en muchas ocasiones- que tales medidas son indispensables si queremos salir de esta funesta situación, porque, sencillamente, el Estado de bienestar es inviable. Y si esto es así, entonces de nada sirve que pensemos en soluciones: sólo cabe obedecer y esperar a que los poderosos se den por satisfechos. A menos, claro, que pensemos en cambiar el modelo. Pero eso es propio de antisistemas trasnochados.

miércoles, 12 de enero de 2011

Ex presidentes 'cienmileuristas'

H
ay que ver la afición que le están cogiendo las grandes empresas energéticas españolas a incorporar a sus filas a los ex presidentes del Gobierno. Si en diciembre nos sorprendió, y avergonzó, Gas Natural Fenosa con el anuncio del fichaje del soecialista Felipe González por la insignificante suma de 126.500 euros al año, hoy nos levantamos con la noticia en los periódicos de que Endesa, que no quiere ser menos, también tiene a su propio ex presidente. Nada menos que a José María Aznar, otro experto en energía donde los haya, ha conseguido fichar para mayor rabia de la competencia. PePe M. Aznar se suma al equipo de Endesa en calidad de asesor externo, que debe de ser bastante más que consejero independiente, ya que va a cobrar 200.000 euros al año, casi 75.000 más que González.
            Dicen los expertos que eso de que las empresas privadas se dediquen a contratar a los ex presidentes es completamente legal, al tiempo que nos invitan a no llamarnos a engaño: las empresas no son ONG y si les pagan esas modestas sumas de dinero es porque las producen con creces. Y en general supongo yo que eso es así, porque en el mundo empresarial nadie da duros a cuatro pesetas, pero no deberíamos olvidar que en los últimos años, esos marcados por la crisis, ha habido casos en los que directivos con salarios multimillonarios han llevado a la quiebra a las grandes empresas que tan brillantemente gestionaban y encima, como premio, han percibido unas indemnizaciones más multimillonarias aún que sus muy multimillonarios sueldos. Pero sin duda ése no será el caso de nuestros ex presidentes, pues parece ser que, gracias a sus buenas relaciones en el exterior, están en disposición de realizar contactos ventajosos y, en suma, ejercer de muñidores para que las empresas cuyos intereses representan obtengan contratos de lo más boyantes.
            La cuestión es que esas relaciones no se gestaron cuando se jubilaron de primeros mandatarios del país -jubilación que, por cierto, no sé si llevaron a cabo cobrando el cien por cien, pero que en cualquier caso les supone unos ingresos de 80.000 euritos anuales a cada uno-, sino precisamente, en su mayor parte, cuando se encontraban al frente del Ejecutivo. Así las cosas, uno no puede sino coincidir, al menos por esta vez, con Gaspar Llamazares cuando señala que los nuevos empleos de Felipe y PePe M. serán legales, pero, desde luego, son escandalosos. Sólo espero no ver en el futuro a nuestro actual ZuperPresidente sentado en el consejo de administración de alguna gran empresa con un salario desorbitado. Aunque, bien pensado, si a Obama le dieron el Nobel de la Paz, a ZP bien pudieran concederle el de Economía, lo que, supongo, es credencial más que suficiente para convertirse en otro ex presidente cienmileurista.

martes, 11 de enero de 2011

Más allá de las ideologías

La vicepresidenta y ministra de Economía, Elena Salgado, señalaba ayer en la Ser que el año 2010, aun no siendo un buen año, ha sido un poquito mejor que 2009, y que espera que el año 2011 que acaba de comenzar sea en el que definitivamente España remonte la crisis. Predice la ministra que en el segundo semestre se creen nada menos que 100.000 puestos de trabajo y que en 2012 -año electoral, ¡oh casualidad!- se comience a generar empleo masivamente.
            En términos macroeconómicos supongo que la ministra tendrá razón, pero para quienes perdieron su empleo en el año que acaba de finalizar, 2010 fue peor que 2009, como también lo fue para quienes fueron despedidos en 2009 y en 2010 dejaron de cobrar la prestación por desempleo. Y no digamos ya como comienza 2011 para quienes han dejado de percibir la prestación y saben que el mes que viene dejarán también de cobrar los míseros 426 euros del subsidio por desempleo, aquellos que habiendo agotado la prestación aún no tienen un puesto de trabajo y van a quedarse sin ninguna fuente de ingresos. ¡Que les diga la ministra que aguanten a 2012, fecha en la que, si todo va bien, en España comenzará a crecer el empleo aceleradamente! Y no son los únicos a los que en 2010 les fue peor, pues tampoco el año que acabamos de dejar atrás fue mejor que 2009 para los funcionarios, a quienes de golpe les recortaron sus salarios un 10 por ciento de media. Ni para los trabajadores en general, que vieron mermados sus derechos, una vez más, mediante la reforma laboral que, al menos de momento, empleo no ha generado, aunque, ciertamente, tampoco ha ocasionado una oleada de despidos como algunos temían. Lo que ha causado, como señalábamos hace unos días en este mismo espacio, es un empeoramiento de las condiciones laborales debido al incremento del miedo nada infundado de los trabajadores a perder su puesto de trabajo.
            No obstante, y para ser justos, hay que reconocer que  no a todo el mundo le ha ido peor en 2010 que en 2009; a algunos les ha ido mejor, incluso mucho mejor. Es el caso, por ejemplo, de los que rascaron algo en la lotería, o el del viejo líder soecialista Felipe González, quien finalizó el año incorporándose al grupo energético Gas Natural Fenosa en calidad de consejero independiente, por lo que se llevará un pellizco de 126.500 euros al año que habrá que sumar a los nada desdeñables 80.000 vitalicios que ya cobraba en calidad de ex presidente del Gobierno. Y esto justo cuando a todos nosotros -él incluido, imagino-, nos acaban de subir el recibo de la luz. Supongo que esto da una idea del concepto de socialismo que tienen estos próceres al tiempo que hace comprensible que González diga que le da igual que las elecciones las gane la derecha o la izquierda: con algo más de 200.000 euros anuales garantizados cualquiera se sitúa más allá de las ideologías.

miércoles, 5 de enero de 2011

El elegido

Dicen los expertos, además de las encuestas, que el próximo presidente del Gobierno será Mariano Rajoy. La verdad es que asombra y, si me apuran, hasta asusta, la cuasi unanimidad con la que los analistas se apuntan, como si de adivinos se tratase, a predecir el futuro de La Moncloa. Se da por hecho que Rajoy alcanzará la presidencia y lo único que se discute es la fecha en la que el elegido por Aznar se hará con las riendas del país: mientras algunos señalan que la hecatombe que va a sufrir el soecialismo en las elecciones autonómicas y municipales de 2011 precipitará la dimisión del ZuperPresidente -hecatombe que, por cierto, tampoco nadie parece poner en tela de juicio-, otros entienden que ZP seguirá al frente del Gobierno hasta 2012 y agotará la legislatura, pero lo que nadie discute es que Zapatero será relevado por Rajoy.
            Resulta alarmante tanta seguridad porque pareciera como si el ascenso de los conservadores al poder fuera algo inevitable, como si la voluntad de los electores fuera lo de menos a la hora de dilucidar quién gobernará a partir del próximo año, quizás de éste. Y no es que me preocupe en demasía el retorno de la derecha, porque, al fin y al cabo, con izquierdas como la soecialista, pocas derechas hacen falta, no sé si me entienden. Pero el caso es que el elegido para presidir el Gobierno –elegido por las encuestas y los analistas además de por Aznar- pocos méritos ha hecho más allá de estar ahí, al frente de la oposición, mostrando su desacuerdo incluso con respecto a aquello que decía que había que hacer.
            Que Rajoy vaya a alcanzar el poder por efecto de la crisis y los más de cuatro millones de parados que hay en España puede entenderse, pero que lo que vaya a catapultar al líder del PP a La Moncloa sea el hecho de que el Gobierno soecialista, con el ZuperPresidente a la cabeza, haya llevado a cabo políticas propias del neoliberalismo más recalcitrante, empezando por la reforma laboral, pasando por la suspensión del subsidio por desempleo y la reforma de las pensiones y terminando vayan ustedes a saber dónde, es algo que no alcanzo a comprender. Porque si son las medidas anticrisis, que más bien habría que llamar antisociales, las que van a hacer que ZP deje de ser presidente, lo suyo sería que fuera sustituido por alguien situado ideológicamente a su izquierda, y no por quien sabemos que de buena gana dará una nueva vuelta de tuerca a los recortes, apretándonos a todos, a casi todos, todavía más. Claro que cuando eso ocurra, los mercados, ese ente abstracto que anda por ahí y que es quien realmente manda, recuperarán la confianza en España, la economía comenzará a crecer, con un poco de suerte el empleo también y se demostrará, nuevamente, que los conservadores son los únicos que saben cómo hacer que la economía vaya bien y tendremos que dar las gracias al nuevo prócer por sacarnos de la crisis aunque para entonces, qué le vamos a hacer, casi todos estemos un poco peor que en 2008, trabajando más y cobrando menos.  

lunes, 3 de enero de 2011

El año del mundial

Hace ya un par de lustros, quizás tres, recuerdo que entre cerveza y cerveza y en medio de una más o menos acalorada discusión futbolística, le espeté a un viejo amigo cuyo nombre no mencionaré: “¿Tú sabes lo que es la eternidad? La eternidad es el tiempo que tiene que pasar para que España gane un mundial”. Al final, resultó que la eternidad era bastante más corta de lo que yo me imaginaba, tal como mi amigo me recordó minutos después de que Iniesta marcara el gol que habría de elevar a la selección española al cénit del fútbol mundial. Y ése es un tanto que, para desgracia de la derecha nacional, se apuntó el Gobierno soecialista, el mismo que según los voceros del PP iba a desintegrar la Nación, rehén como era de los nacionalistas de distinto pelaje.
            Claro que ése no ha sido el único tanto que se ha marcado el Gobierno de ZP, pues nuestro todavía ZuperPresidente llevó a cabo acciones en este año que, aunque no tan importantes como la gesta futbolística, también  quedarán en nuestra memoria, al menos hasta las elecciones venideras. Acaso la más estelar de ellas haya sido la funesta reforma laboral, aquella que, al menos que se sepa, sólo ha servido para endurecer las condiciones laborales y abaratar el despido. Dicen los más críticos que esta reforma ha sido inútil porque su objetivo era generar empleo y no lo ha conseguido, a la luz de los más de cuatro millones de parados que sigue habiendo en España. Pero yo tengo para mí que la reforma de marras sí ha sido eficaz, lo que ocurre es que su objetivo primero no era generar empleo sino miedo: el miedo que todos los trabajadores que tienen un puesto de trabajo sienten a perder el curro y que les atenaza y vuelve aún más sumisos, conscientes como son de que o aceptan las nuevas reglas que cada día van apareciendo, o se van a incrementar las listas del paro. Y si alguien se pregunta todavía a qué nuevas reglas me estoy refiriendo, les remito a las palabras que ese maestro de la gestión empresarial y ex presidente de la patronal, Gerardo Díaz Ferrán, dijera poco antes de ser sustituido al frente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), quien tras mucho pensar llegó a la conclusión de que para salir de la crisis sólo hay un camino: cobrar menos y trabajar más.
            Y es que, para nuestro pesar, 2010 será recordado por todos, aunque por algunos mucho más que por otros, como el año del recrudecimiento de la crisis, el año de los más de cuatro millones de parados, el año de la reforma laboral, el año del desmantelamiento del Estado de bienestar… Pero, por encima de todo, el año 2010 pasará a la historia, al menos en la memoria colectiva de los españoles, tanto si son futboleros como si no, como el año en el que, por fin, España ganó un mundial.

domingo, 2 de enero de 2011

Diez años más tarde

"Porque en noches corno ésta la tuve entre mis brazos,
 mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y  éstos sean los últimos versos que yo le escribo".
P. Neruda.

Cuando aquella tarde Alberto abandonó la universidad con destino a su casa, no podía imaginar que el rumbo de su vida iba a cambiar completamente, o, mejor dicho, que había cambiado ya sin él saberlo. Por el camino se tropezó con una vendedora ambulante que le ofreció unas flores y él, sin dudarlo un instante, le compró una docena de rosas rojas. Aquel veinte de junio no era ninguna fecha especial, no había nada que celebrar, pero él, sin saber exactamente por qué, se sentía muy feliz. Sacó un billete de mil pesetas de su cartera y se lo entregó a la señora, al tiempo que le decía que se quedara con el cambio. Esa noche saldrían a cenar a un restaurante; a María le encantaban ese tipo de sorpresas y él lo sabía muy bien.
               María y Alberto llevaban diez años viviendo juntos. Se conocieron en un bar después de haber estado tres o cuatro horas discutiendo en una asamblea de estudiantes. En aquel tiempo ambos frecuentaban los ambientes “revolucionarios” del momento. María era el prototipo de mujer emancipada e independiente, militante en organizaciones izquierdistas y a favor de la liberación de la mujer. Alberto, que hasta ese momento no había formado parte de ninguna organización política, ingresó en el colectivo liberación a los dos meses de conocer a María. Así, entre exámenes, bares y manifestaciones fueron transcurriendo aquellos años. Con el paso del tiempo las organizaciones fueron perdiendo fuerza; cada vez acudía menos gente a las manifestaciones que convocaban y poco a poco fueron tomando conciencia de que pegando carteles no iban a cambiar el mundo, ni tan siquiera su mundo, así que finalmente abandonaron la militancia. Todo esto ocurría al tiempo que iba aumentando su éxito profesional, pero, evidentemente, ello era coyuntural, como Alberto y María no se cansaban de repetir.
            Ahora María, a sus treinta y dos años, se había convertido en una brillante economista y ocupaba el cargo de subdirectora en una importante empresa. Alberto, por su parte, se había doctorado en Psicología y estaba a punto de obtener una plaza como profesor titular en la universidad.
            Alberto entró en el ascensor y se contempló a sí mismo reflejado en el espejo: la cartera de cuero llena de papeles en una mano, el ramo de flores en la otra y la satisfacción que expresaba su rostro sabedor de la alegría que le iba a dar a la mujer que tan bien conocía. Decidió que en lugar de abrir la puerta con su llave, lo mejor sería hacer sonar el timbre; así lo primero que ella vería serían las rosas. Estaba impaciente por ver la cara de sorpresa que se le iba a quedar.
            María abrió la puerta con una expresión grave en el rostro que no se alteró en absoluto. La sonrisa de Alberto, en cambio, desapareció en el instante que vio las maletas en la entrada del piso y comprendió lo que ocurría. María lo había dejado.
            -Será sólo por un tiempo. Necesito oxigenarme y aclarar mis ideas. ¿Lo entiendes, verdad?
            -Claro, claro...- dijo él sin más. Los dos eran personas razonables y no había necesidad de montar ninguna escena.
            María se había ido para siempre y él lo sabía. A la semana siguiente vino con unos amigos a recoger el resto de sus pertenencias.
            -Llámame si necesitas algo -dijo Alberto con voz trémula procurando dar sensación de entereza. Patético.
            Durante las tres semanas siguientes no dejó de pensar en ella. Se sorprendía a sí mismo inventando excusas para pasar todos los días por la calle donde trabajaba María a ver si coincidía con ella. Para intentar superarlo se dedicó a frecuentar los bares de alterne y a tomar copas con los amigos. Incluso tuvo un lío con una compañera de la universidad que hacía tiempo que se le insinuaba y a la que él siempre había dado largas.
            Fue inútil, el recuerdo de María lo acompañaba a todas partes como si fuera su propia sombra. Durante los diez años que estuvo viviendo con ella siempre supo que esa relación acabaría algún día, ninguno de los dos había creído nunca en la eternidad del amor; sin embargo, jamás imaginó que a un hombre independiente como él le fuera a costar tanto superar aquella situación. Alberto se encontraba sumido en estos pensamientos cuando el último alumno que quedaba en el aula le entregó su examen. Fue entonces cuando tomó la firme decisión de acabar de una vez por todas con aquella situación absurda. Se acabó el pasarse el día compadeciéndose a sí mismo y aquellas salidas nocturnas tan artificiales. Aquella noche se iría a su casa, tomaría un baño de espuma y luego cenaría delante del televisor, como había hecho siempre.
            Al cabo de unas horas la policía irrumpió en el piso donde vivía Alberto. El agua de la bañera aún no se había enfriado y el televisor permanecía encendido enfrente de los restos de la cena. Su cuerpo desnudo y mojado colgaba del techo con los ojos desorbitados, la lengua fuera y el pene evocando a María. Unas horas antes ella había sido estrangulada y alrededor de su cuello sólo estaban las huellas del hombre con el que había compartido diez años de su vida[1].


[1] Este cuento fue publicado por primera vez en la revista Anarda, nº 9, Las Palmas de Gran Canaria, Canarias Siglo XXI, 1999.

sábado, 1 de enero de 2011

Desproporciones

El Gobierno ha conseguido que en esta Navidad, de momento, no ocurra lo mismo que en el pasado puente, cuando el caos se adueñó de los aeropuertos españoles gracias a la acción de los descontroladores aéreos. Cientos de miles de personas se vieron afectadas debido a que estos trabajadores, que no obreros, decidieron dar un golpe sobre la mesa y abandonar su puesto de trabajo con el pretexto de que se encontraban indispuestos. ¡Vaya casualidad que todos a la vez y en lugares diferentes se pusieran enfermos! La pena para ellos es que los médicos no certificaron su mal estado de salud, con lo que se quedaron sin la baja preceptiva que justificara su ausencia en el curro y, lo que es mucho más grave para los descontroladores, sin argumentos para seguir defendiendo que los abandonos se debieron a acciones individuales y espontáneas.
            Hay que reconocer que el golpe de efecto fue brutal, pues en apenas unos minutos los descontroladores consiguieron bloquear el espacio aéreo español. Si lo que querían era realizar una demostración de fuerza, desde luego lo consiguieron, lo que nos lleva a preguntarnos cómo es posible que un colectivo de trabajadores tan pequeño en comparación con otros haya podido llegar a tener tanto poder, cómo es posible que ningún gobierno haya sido capaz de  llevar a cabo una negociación con ellos sin dejar de sentirse prisionero. Y es que, dejando a un lado las reivindicaciones de los descontroladores –presumiblemente injustificadas a la luz de lo que cobran y de las horas que trabajan-, lo que parece fuera de toda duda es que la acción espontáneamente planificada, ustedes me entienden, que llevaron a cabo en su intercambio de golpes con el Gobierno fue desmesurada, pero fue, sobre todo, increíble: ¿alguien pensaba que con tanta medida de seguridad a cuento de la amenaza terrorista se pudiera cerrar el espacio aéreo de un país (¿avanzado?) en cuestión de minutos?
            Mas si desmedida fue la acción de los descontroladores, aún más desproporcionada se me antoja la solución del Gobierno. Porque si quienes abandonaron su puesto de trabajo incurrieron en algún delito, lo lógico es que se les denuncie y que sean juzgados y sancionados si así lo estima el tribunal correspondiente, pero siempre en un ámbito civil. La drástica decisión de decretar el estado de alarma para así amenazar a unos trabajadores con aplicarles el Código Penal Militar podrá ser legal, ya veremos qué dice el Tribunal Supremo, pero es a todas luces injusta y, desde luego, poco democrática. Por lo demás, tampoco resulta muy eficaz a medio plazo, pues un estado excepcional no puede prolongarse indefinidamente, aunque eso sea lo que, parece ser, pretenda el Gobierno, que por lo pronto ha ampliado el estado de alarma, con la aprobación del Congreso, hasta el 15 de enero. Pero lo más esperpéntico y alarmante de todo es la complacencia con que la ciudadanía ha acogido la medida. Y es que aquí se soluciona un conflicto laboral por la vía militar y todos tan contentos, porque los descontroladores son unos sinvergüenzas y ganan un montón de dinero.