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n Quebec, Canadá, se han llevado a cabo varios referendos para que la
población de esta región francófona se pronuncie sobre su independencia en la
más absoluta normalidad democrática; en estos días el primer ministro
británico, David Cameron, ha firmado un acuerdo con el ministro principal de
Escocia, Alex Salmond, para que en 2014 se celebre un referéndum y que sean los
escoceses quienes decidan si se erigen en un estado independiente o se
mantienen dentro del Reino Unido; en España, en cambio, ni el Gobierno ni el
principal partido de la oposición parecen estar dispuestos a permitir que en
Cataluña tenga lugar un referéndum y que sean los catalanes quienes decidan si
se independizan o no. Y por más que el ministro de Asuntos Exteriores y
Cooperación, José Manuel García-Margallo, insista en que no se pueden
establecer paralelismos entre Escocia y Cataluña porque los ordenamientos
jurídicos del Reino Unido y de España son diferentes, tengo para mí que la gran
diferencia radica en el talante democrático de los gobernantes españoles y
británicos: Cameron, que no es lo que se dice un abanderado del progresismo,
entiende perfectamente que la decisión deben tomarla los escoceses; el Gobierno
español, en cambio, se cierra en banda y ni siquiera admite que los catalanes
se pronuncien.
Así las cosas es normal
que la tensión vaya in crescendo en uno y otro lado. Y lo que desde luego no ayuda al diálogo racional, si
es que ello es posible, son los excesos lingüísticos del ministro Wert, quien
parece haberse empeñado en sustituir a Esperanza Aguirre no al frente de la
Comunidad de Madrid, por supuesto, sino como número uno en la lista de
políticos con mayor incontinencia verbal. Tanto es así que la propia Aguirre ha
salido a la palestra y ha secundado las célebres palabras de Wert con las que
éste expresara hace unos días su idea de lo que ha de ser la educación en Cataluña:
“Nuestro interés es españolizar a los niños catalanes”, dijo el ministro, en lo
que, más allá del revuelo suscitado, parece una mala estrategia por parte de
Wert, pues si lo que pretende es españolizar a los niños catalanes,
implícitamente reconoce que tales niños no son españoles, pues, de lo
contrario, no tendría sentido españolizarlos, con lo que, suponemos que sin
querer, el ministro estaría dando la razón a aquellos catalanes que consideran
que ni ellos ni sus hijos son españoles.
Pero Esperanza Aguirre,
que no parece estar dispuesta a que Wert le arrebate por las buenas su bien
ganado título de incendiaria verbal número uno, no se quedó ahí, sino que dejó
claro que la idea de españolizar a los niños catalanes no es de Wert sino de la
consejera de Educación de Cataluña, Irene Rigau, y que, en cualquier caso, la
educación no puede consistir en manipular sino en instruir, es decir, enseñar a
los niños a leer, sumar y la historia verdadera de España que, según Aguirre,se remonta a 3000 años atrás. Y todo ello en un acto en la campaña electoral de
Galicia cuando se cumple una década del desastre del Prestige. El patinazo de
Aguirre es comprensible, porque en su disputa por el título, Wert había llamado
extremistas de izquierdas y antisistemas a los alumnos de secundaria que están en huelga en contra de los recortes en educación y a los padres que la apoyan no
enviando hoy a sus hijos a los centros docentes, y, claro, Aguirre no se iba a
quedar atrás. Una muestra más del talante democrático de los políticos que nos
gobiernan y de los que han dejado de hacerlo.