viernes, 24 de noviembre de 2017

Lecciones de una crisis

U
na de las lecciones que nos proporciona la crisis de Cataluña es que no debemos subestimar las convicciones ideológicas como agentes motivadores de la toma de decisiones, que es lo que, a mi juicio, hace el trío del 155, cuando insiste en que los gobernantes deben dedicarse a resolver los problemas que de verdad importan a la gente y dejarse de ensoñaciones independentistas. Por más que resulte una obviedad que las cuestiones vinculadas a las condiciones de vida son fundamentales para cualquier ser humano, ello no significa que sean las únicas, ni tan siquiera las más importantes, para las personas. El masivo apoyo al independentismo en Cataluña, mayoritario o no sigue siendo una incógnita, es una buena muestra de que la ideología juega un papel crucial en las decisiones de los individuos, que no se pueden explicar mediante reducciones economicistas. Y es que, como dijo Jesús de Nazaret y canta Extremoduro, “no solo de pan vive el hombre”.
Qué duda cabe que los problemas vinculados al desempleo, la precariedad laboral, los bajos salarios, la calidad de los servicios sociales como la sanidad o la educación son cruciales para la inmensa mayoría de nosotros, los que, al no ser ricos de cuna ni disponer de cuentas millonarias en ninguno de los paraísos fiscales que en el mundo hay, dependemos de nuestro trabajo y de los servicios públicos para llevar a cabo una vida digna. Mas ello no significa que esas cuestiones sean las únicas importantes para nosotros, pues asuntos como el de la libertad, siempre vinculada a las condiciones materiales de existencia pero no reductible a ellas, parece que han tenido una gran relevancia histórica y quiero pensar que la seguirán teniendo. ¿Acaso nos conformaríamos con un régimen totalitario que atendiera nuestras necesidades materiales o exigiríamos vivir en una democracia en la que se protegiera como un valor supremo la libertad individual?
La libertad, asunto ideológico donde los haya, es uno de esos grandes valores junto a la igualdad y la dignidad sobre los que se sustentan los derechos humanos y que dan sentido a la democracia, pues, como en alguna otra parte he escrito, la democracia es una exigencia ética que deriva de las exigencias morales de libertad e igualdad que son los derechos humanos. Y si esa exigencia ética que es la democracia no puede ser otra cosa que el autogobierno de los ciudadanos, entonces debemos tomar buena nota de otra de las lecciones que nos ha dejado la crisis de Cataluña y que, una vez más, arroja luz sobre la antagónica relación entre democracia y capitalismo. Me estoy refiriendo a la fuga de grandes empresas de Cataluña a otros lugares de España a causa de la deriva independentista y al chantaje de algunos grandes empresarios catalanes que amenazan con marcharse si vuelven a ganar las elecciones los independentistas. Una muestra más de que en nuestras democracias la ciudadanía, independentista o no, solo puede tomar aquellas decisiones que cuenten con el beneplácito de las élites económicas, lo cual resulta a todas luces antidemocrático.

jueves, 16 de noviembre de 2017

¡'Sapere aude'!

H
oy se celebra, como cada tercer jueves de noviembre, el Día Mundial de la Filosofía. Tal es la fecha escogida por la Unesco para la celebración de marras, que se lleva a cabo oficialmente desde 2005, aunque su celebración por parte de la Unesco se remonta a 2002. Promover el análisis y la investigación filosófica, así como sensibilizar a la opinión pública de la importancia de la filosofía son algunos de los objetivos principales que se propone el organismo dependiente de la ONU con la celebración de este día. Pero además la Unesco insiste en la necesidad de “subrayar la importancia de la generalización de la enseñanza filosófica para las generaciones futuras”, tal como se puede leer en el sitio web que la propia Unesco dedica al Día Mundial de la Filosofía.
            Es este último punto, el de la generalización de la enseñanza de la filosofía, el que me interesa recalcar hoy, pues, como he denunciado en diferentes ocasiones, los distintos gobiernos que en España se han ido sucediendo desde hace décadas han venido maltratando sistemáticamente a la filosofía, hasta dejarla en las pésimas condiciones en las que se encuentra en la actualidad. El último golpe, como se sabe, se lo asestó la funesta ley Wert, la Lomce, en virtud de la cual ha quedado reducida a la mínima expresión en los planes de estudio de ESO y Bachillerato: desaparecida la Ética como asignatura común en 4º de ESO, solo quedan Valores Éticos como alternativa a Religión Católica, una Filosofía en 4º de ESO, también optativa, y Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos en 3º de la ESO, la cual sí es preceptiva, al menos en Canarias, para todo el alumnado, pero cuenta con tan solo una hora semanal, tal es la importancia que hasta ahora se le ha dado a la formación en los valores sobre los que se sustenta la democracia y los derechos humanos. En lo que se refiere al Bachillerato, se ha mantenido la Filosofía como asignatura común en el primer curso, pero la Historia de la Filosofía del segundo curso que era común ha quedado reducida a materia optativa en las ramas de Humanidades y Ciencias Sociales.
            Este desprecio, obviamente, contraviene las indicaciones de la Unesco, para la que, como decimos, la enseñanza de esta disciplina es fundamental, toda vez que “la filosofía proporciona las bases conceptuales de los principios y valores de los que depende la paz mundial: la democracia, los derechos humanos, la justicia y la igualdad”. El profesorado de filosofía de Canarias ha venido denunciando este maltrato, pero sus demandas han caído siempre en saco roto… hasta ahora. Y es que, por fin, el Parlamento de Canarias ha aprobado por unanimidad una Proposición No de Ley para que haya asignaturas comunes de filosofía tanto en la ESO como en Bachillerato. Quienes militamos a favor de la causa de la filosofía en Canarias no podemos sino aplaudir, y agradecer, el apoyo unánime del Parlamento a esta iniciativa presentada por la diputada socialista Nayra Alemán, que abre la puerta a la esperanza de que la filosofía tenga en Canarias el reconocimiento que se merece. Hasta que ello ocurra, y cuando sea realidad, sigamos perseverando en la difícil tarea de atrevernos a pensar por nosotros mismos: ¡Sapere aude!








domingo, 5 de noviembre de 2017

Ser de izquierdas

L
a crisis de Cataluña ha hecho que el debate en torno a qué es ser de izquierdas haya vuelto, una vez más, a aflorar. Se trata, en principio, de un debate interno, en el sentido de que afecta únicamente a las personas que se consideran de izquierdas, pues lo que quiera que signifique ser de izquierdas no es algo que parezca preocupar en demasía a la gente de derechas. De hecho, a los hombres y mujeres de derechas ni siquiera les preocupa mucho aclarar qué es ser de derechas, les basta con poner en práctica políticas de derechas y si para ello han de decir que son de centro, lo que quiera que signifique ser de centro, que ésa es otra, se dice y ya está. Sirva como ejemplo lo que hacía el muy de derechas José María Aznar, quien en sus tiempos de presidente, del Gobierno y del PP, afirmaba que su partido era de centro reformista.
            Habrá que reconocer pues que enredarse en debates teóricos de esta naturaleza es algo más propio de la izquierda que de la derecha, lo que acaso constituya la razón de que entre la gente de izquierdas, o entre los partidos de izquierdas, sea tan difícil llegar a acuerdos de mínimos para hacer frente a la derecha. No obstante lo dicho, ello no significa que no haya personas ideológicamente ajenas a la izquierda que no se pronuncien sobre esta cuestión. Tal es el caso de mi colega Juan F. Martín del Castillo, quien parece tenerlo claro: “La izquierda era y es confusión, contradicción y, en ciertos momentos, hipocresía no menos que caos”, escribe en un artículo publicado en La Provincia el pasado viernes, 3 de noviembre, dedicado, con la acidez que le caracteriza, al enfrentamiento entre Pablo Iglesias y Albano Dante Fachin.
             Si dejamos a un lado el asunto de la hipocresía, que es algo tan característico del ser humano, de izquierdas o no, yo estaría de acuerdo con los términos que escoge Martín del Castillo; no así, claro está, con el tono peyorativo con que los utiliza. Y es que la confusión es perplejidad y esta resulta menos peligrosa que las certezas, sobre todo las falsas certezas, que nos llevan a incurrir en el dogmatismo que tanto daño ha hecho a la libertad. Por lo demás, la perplejidad, tal como nos recuerda Javier Muguerza, constituye el mayor acicate para el pensamiento, por lo que habrá de ser siempre bienvenida. En cuanto a la contradicción, ser contradictorio, por descontado, no es ser de izquierdas, es ser humano, y sin necesidad de hacer aquí un elogio de la contradicción, desde luego prefiero una izquierda contradictoria a una izquierda sin contradicciones, deshumanizada, como lo fue el comunismo autoritario. Y frente al orden absoluto del comunismo autoritario, de los totalitarismos de cualquier signo, no viene mal un cierto caos, que no es otra cosa que confusión y desorden, que casaría bien con una izquierda libertaria interesada en el pleno desarrollo de la libertad y la igualdad de los individuos, que es la izquierda que a uno le interesa.