martes, 22 de agosto de 2017

La cruzada contra el reguetón

T
ras las desafortunadas y criticadas declaraciones del presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, a quien, después del último asesinato machista cometido en las Islas, no se le ocurriera otra cosa mejor que reducir la violencia de género al ámbito de las decisiones individuales, su compañero de partido y presidente del Cabildo de Tenerife, Carlos Alonso, decidió retirar la subvención al concierto de Maluma arguyendo que las letras de las canciones de la estrella de reguetón son machistas. Se trata, qué duda cabe, de un nuevo alarde de oportunismo político, tal como acertadamente señalara la consejera de Igualdad del Cabildo de Gran Canaria, María Nebot. Lo que no me queda claro es si tal oportunismo buscaba lavar la cara del presidente Clavijo o tenía por objeto mostrar la superioridad moral de Alonso y su mayor sensibilidad ante la violencia de género de cara a la galería.
        Elucubraciones aparte, la decisión de Alonso no ha estado exenta de polémica, no tanto por su inoportuno oportunismo sino por el hecho de que actos de este tipo constituyen un nuevo modo de censura, postcensura que se dice ahora, que no casa bien con el derecho a la libertad de expresión que, en general, se reconoce como un pilar básico de las sociedades que se pretenden democráticas y respetuosas con los derechos humanos. Y es que acciones como la de Alonso responden más a un intento de satisfacer las exigencias del imperio de la corrección y la dictadura de los ofendidos de uno y otro signo, desde la Iglesia hasta la gente progre, que a una verdadera apuesta política por la lucha contra la desigualdad. Sin duda, algunas de las letras de Maluma rezuman un machismo execrable, pero algo más tendrá para que esté en el punto de mira de los nuevos biempensantes de la sociedad, habida cuenta de que el machismo que sirve de pretexto a los martillos del reguetón está también presente en otros géneros musicales como el rock, tan aplaudido por los que se rasgan las vestiduras ante este nuevo demonio musical, no digamos ya el bolero o el tango, que tanto arraigo tienen en Canarias, o incluso el propio folclore canario.
         Y es que un día criticamos el machismo de Maluma o Daddy Yankee y al siguiente damos rienda suelta a nuestros cuerpos al ritmo del buen y genuino rock’n roll de los Mojinos en Arucas, con toda su carga de humor ácido en el que las mujeres desde luego no salen bien paradas. O nos vamos de romería y todos juntos cantamos ese himno a la servidumbre doméstica de la mujer que tiene por estribillo “pobrecillo novio, ¡ay pobre Rafael!”. Así las cosas, tengo para mí que la cruzada contra el reguetón tiene más de conflicto intergeneracional que de lucha contra la violencia de género. Por lo demás, la censura, en cualquiera de sus formas, se ha revelado ciertamente ineficaz e incluso, en ocasiones, consigue el efecto contrario del perseguido, como creo que pasa con las estrellas de reguetón, que serían auténticos desconocidos para quienes peinamos canas si no fuera porque los guardianes de la moral y las buenas costumbres se han encargado de señalarlos. Por cierto, que tengo un par de libros de filosofía publicados y aún albergo la esperanza de que alguno de estos nuevos adalides de los ofendidos del mundo les coja ojeriza y me haga famoso.

jueves, 10 de agosto de 2017

La gallina de los huevos de oro

Y
a no se puede uno ni ir de vacaciones. Se escapa uno una semanita a Fuerteventura, en realidad cinco días, que la cosa no está para demasiadas alegrías, y a la vuelta, después de ese tiempo bajo el sol majorero sin tan siquiera abrir un periódico, se encuentra con el país patas arriba porque, de repente, ha estallado un brote de turismofobia: así que en los escasos días que hemos sido turistas hemos estado expuestos, sin ni siquiera enterarnos, a los peligros de esta nueva forma de protesta que, según dicen, amenaza con acabar con la que es la primera actividad económica de España. Y es que los últimos actos en contra del turismo en Cataluña y Baleares han despertado las alertas de las élites económicas y políticas que temen que aquellos a quienes acusan de turismofobia consigan matar la gallina de los huevos de oro.
Desde luego no seré yo quien aplauda determinado tipo de actos violentos como los ataques a una guagua de turistas o a las instalaciones de una empresa de alquiler de bicicletas, por citar algunos de los altercados más sonados en los medios de comunicación en estos días, según he podido saber tirando de hemeroteca. Pero que uno esté en desacuerdo con este tipo de actuaciones no significa que deba aceptar acríticamente los desmanes de este motor de la economía que, sigamos con la metáfora, es más bien un motor de escasa cilindrada. Y es que el turismo, precisamente por su importancia, más aún en Canarias, merece ser objeto de reflexión crítica sin que por ello se nos tilde a quienes así pensamos de turimófobos. Pues si bien es cierto que el turismo constituye el pilar de la economía en las Islas y en buena medida ha contribuido a que la sociedad canaria actual sea mejor, desde prácticamente cualquier punto de vista, que la que era a mediados del siglo pasado, también lo es que no está exento de problemas.
El modelo desarrollista que se implantó en Canarias desde la década de los 60, similar al de otras zonas costeras de la Península o Baleares, es altamente agresivo y ha tenido como consecuencia, entre otros efectos negativos para el medio ambiente, la depredación del territorio, que es nuestro principal recurso. Además, a pesar de la riqueza y el empleo que genera, el turismo se ha revelado incapaz de sacar a las Islas de la pobreza, no consigue que el paro baje significativamente y, por lo general, los puestos de trabajo que crea son de poca calidad y, en muchas ocasiones, vinculados a la construcción, que es un negocio paralelo que vive del turismo y, paradójicamente, puede acabar con él. Así que, no nos engañemos, la gallina de los huevos de oro también defeca y los huevos que pone no son para todos: la clase trabajadora isleña mantiene con los grandes empresarios del turismo una relación similar a la que otrora mantenía con los caciques y exportadores agrícolas. Por ello urge que nos replanteemos el modelo de turismo que queremos, el modelo productivo, ¡y distributivo!, en general, si de verdad queremos que en Canarias se puedan alcanzar unas condiciones de vida propias de un país desarrollado.