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as últimas declaraciones de la ministra de Empleo, Fátima Báñez, con
respecto a los resultados de la Encuesta de Población Activa (EPA) publicada
hace unos días muestra una vez más la afición de nuestros gobernantes a los
contrafácticos. Y es que según la ministra, a pesar de que en España haya casi
seis millones de parados y de la grave recesión económica por la que atraviesa
el país, el Gobierno está implementando las medidas necesarias para salir de la
crisis y, seguidamente, crear empleo. Medidas estas en las que Báñez incluye la
reforma laboral, como si de una medida de gran éxito se tratara. El sentido
común y la lógica más elemental nos dicen que la reforma de marras sólo ha
servido para facilitar el despido de cientos de miles de trabajadores, pero la
ministra invierte el argumento por la vía del contrafáctico y señala que si no
se hubiese llevado a cabo la reforma laboral, la destrucción de empleo habría
sido mucho mayor.
El término contrafáctico
no está recogido en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) de la
lengua, pero, en mi modesta opinión, debiera estarlo. Ello es así porque, si
nos atenemos a la teoría del significado desarrollada por Ludwig Wittgenstein
en sus Investigaciones filosóficas,
el significado de las palabras viene dado por el uso que los hablantes hacen de
las mismas, y resulta claro que el palabro tiene un uso lo suficientemente
extendido y consolidado, al menos entre los filósofos y científicos sociales,
quienes han dedicado no pocas páginas a esta cuestión, como para ser recogido
en el DRAE. Como se echa de ver, contrafáctico cobra su significado por
oposición a fáctico, a lo acontecido, a lo que es un hecho, de manera que un
contrafáctico vendría a estar constituido por todo aquello que sin haber ocurrido
podría haberlo hecho, es decir, aquello que sin formar parte de la realidad presente
o pasada, forma parte, en cambio, de la realidad posible, de la que pudiera acontecer
o, incluso, de la que podría haber ocurrido.
Los contrafácticos, que toman la forma del razonamiento de Báñez en el
que el antecedente es falso, son pues de suma importancia en el campo de la
lógica, por las implicaciones que tienen de cara a las reglas del razonamiento.
Mas son asimismo de la máxima relevancia en el ámbito de la ética, pues si no
dispusiéramos de ellos entonces estaríamos sometidos al imperio de los hechos
en el peor sentido de la expresión, es decir, todo lo acontecido habría
ocurrido por necesidad y, lo que es peor, todo lo que está por ocurrir seguiría
la misma lógica fatalista. Sólo desde una perspectiva contrafáctica podemos
intervenir en el curso de los hechos y aspirar a la construcción de un mundo
mejor. Sin embargo, el uso que los gobernantes hacen de ellos es a todas luces
perverso, pues están orientados a justificar sus decisiones impidiendo toda
crítica posible, mediante el tramposo y contrafáctico argumento de si no hubiésemos hecho lo que hicimos, la
situación sería muchísimo peor, de manera que, hagan lo que hagan, siempre
actúan correctamente. Lo que, por descontado, es indemostrable, además de falso.