viernes, 25 de marzo de 2022

¿Hasta un pueblo de demonios?

 

L

a paz es un deber de la razón pura práctica, un deber moral, pero no es el estado natural de los hombres, sino que debe ser instaurada por la vía del derecho. Esto es lo que afirma Immanuel Kant en su célebre ensayo Hacia la paz perpetua. Un esbozo filosófico, donde se esmera en señalar cuáles han de ser las condiciones para alcanzar una paz duradera. Como se sabe, Kant es el filósofo más destacado de la Ilustración y uno de los más importantes de toda la historia de la filosofía universal y, curiosamente, este filósofo alemán (aunque entonces Alemania no existía como la conocemos hoy) era de Königsberg, una ciudad a la sazón prusiana que actualmente forma parte de Rusia, miren ustedes por dónde. Y es que el baile de fronteras como consecuencia de las guerras ha sido una constante en Europa durante siglos. Anécdotas aparte, lo cierto es que Kant pensaba que a través del derecho sería posible que alcanzara la paz perpetua incluso un pueblo de demonios con tal de que estos fueran seres racionales, seres con entendimiento.

            Lo primero para alcanzar la paz, en este caso interior, es que se funde el Estado republicano, aquel en el que los individuos son al mismo tiempo súbditos y ciudadanos, es decir, donde la ley es la misma para todos y obliga a todos (los súbditos) por igual, pero donde, al mismo tiempo, cada uno (como ciudadano) solo obedece aquellas leyes a las que ha dado su consentimiento. De este modo, se respetan los principios de igualdad y libertad jurídicas imprescindibles para lograr la paz perpetua dentro del Estado, así como para evitar la guerra contra otros Estados. Y es que en la constitución republicana son los ciudadanos los que han de decidir si ir a la guerra o no, a sabiendas de que serán también ellos los que acarreen con los costes y sufrimientos de la misma. Nada que ver con los Estados en los que los súbditos no son ciudadanos, donde, según denuncia Kant, “la guerra es la cosa más sencilla del mundo, porque el jefe del Estado no es un miembro del Estado sino su propietario, la guerra no le hace perder lo más mínimo (…) y puede, por tanto, decidir la guerra, como una especie de juego, por causas insignificantes”. 

            A la luz de la invasión de Ucrania, se diría que Kant tenía razón en este punto, pues todo indica que Putin se comporta como si fuera el dueño de Rusia y, de hecho, hablamos de la guerra de Putin contra Ucrania. Por lo demás, para garantizar la paz entre los Estados, Kant insiste en que se debe constituir una federación mundial de Estados libres, de modo que las relaciones entre los miembros queden reguladas por el derecho de gentes y que los ciudadanos de cada Estado puedan transitar libremente por el territorio de los demás Estados, que es lo que Kant llamaba derecho cosmopolita. Y ante el fracaso de la ONU y del derecho internacional, instrumentos incapaces de evitar las guerras, y de la mala gestión de los movimientos migratorios en el mundo en general, y en Europa en particular, solo podemos concluir que el derecho, contra lo que señala Kant, se ha revelado insuficiente para lograr la paz perpetua, acaso porque a los demonios que a veces somos los seres humanos nos falta el entendimiento necesario para doblegar nuestra voluntad autodestructiva.

sábado, 19 de marzo de 2022

El legado de Gandhi

E

l pasado 24 de febrero empezó el último episodio de la historia de la barbarie en Europa. Ese día, por decisión de su presidente, el inefable Vladímir Putin, Rusia comenzó la invasión de Ucrania. Después de varias semanas de movimientos de tropas en la frontera y tras haber negado en repetidas ocasiones que tuviera la intención de atacar, el 24 de febrero Putin la emprendió a bombazos contra ese pueblo al que califica de hermano. Estados Unidos había advertido en varias ocasiones de que la invasión era inminente, pero no quisimos creer que el otrora gendarme mundial, el que tantas veces nos había engañado para justificar sus propias cuitas bélicas, siquiera fuera por esta vez, la fuerza y la violencia de los hechos lo demuestran, decía la verdad. Y entonces todas nuestras convicciones, la apelación a la racionalidad, la confianza en el diálogo, la fe en el derecho internacional, el pacifismo… se vinieron abajo.

De repente, quién lo iba a decir a estas alturas, todos quedamos imbuidos de la épica, del discurso belicista más ramplón, conmovidos por las imágenes de las mujeres ucranianas que huyen con sus hijos y sus mayores y de los hombres que se quedan, imposible saber si por voluntad propia u obligados por la ley marcial impuesta por el Gobierno de Zelenski, a defender a la patria del invasor extranjero, a luchar por la independencia y la libertad, porque el pueblo ucraniano es distinto del ruso y porque Ucrania es una nación y tiene derecho a ser un Estado independiente y de hecho lo es desde 1991. Y, desde luego, no seré yo quien se muestre en contra del derecho de autodeterminación de los pueblos (siempre que este se entienda como el derecho a la autodeterminación de los individuos que conforman dichos pueblos, claro está), ni del derecho a la legítima defensa, pero tengo para mí que en apenas unas semanas, llevados por la justa indignación ante lo que está ocurriendo en Ucrania, hemos renunciado a nuestros valores más elevados para caer de nuevo en las redes de las diatribas más rancias y recalcitrantes.

Mahatma Gandhi, uno de los grandes referentes del pacifismo y la desobediencia civil, promovió la resistencia pacífica y la no violencia como únicas vías legítimas para alcanzar la independencia de la India, lo que es una realidad desde 1947. Por defender estas ideas fue asesinado el 30 de enero de 1948 y es por ello que Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) ha elegido esta fecha para celebrar en los centros escolares el Día de la Paz y la No Violencia. “No hay camino para la paz: la paz es el camino” es una de las citas de Gandhi más conocidas y cada año, al llegar el 30 de enero, se repite por doquier en colegios e institutos junto a las palomas blancas, las pancartas, las canciones y otras frases célebres. Pero todo ello quedó en papel mojado el día en que Rusia invadió Ucrania. Yo no soy un pacifista a ultranza y en alguna otra ocasión me he referido a los límites de la no violencia, al derecho de los individuos y los pueblos a defenderse cuando son agredidos, pero diría que hoy, más que nunca, debiéramos hacer un esfuerzo para no arrumbar completamente el legado de Gandhi.