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i yo fuese una
mujer miraría con recelo a mis compañeros de trabajo varones y procuraría, a
modo de compensación, trabajar menos que mis iguales hombres: si a igual
trabajo distinto salario, habrá que currar un poco menos para compensar. Intentaría
salir más veces de la oficina a fumar fuese o no fumadora, tomarme más tiempo
con el cigarrito, beber más café, desayunar más despacio, hacerlo todo un poco
más lento, en fin, lo que sea con tal de no trabajar lo mismo que aquel que
cobra más que yo. Y si estuviese segura de que quienes hacen mi mismo trabajo
cobran lo mismo que yo, no dejaría de preguntarme por qué las mujeres son las
que ocupan los puestos de trabajo peor remunerados o por qué la pobreza afecta
más a las mujeres que a los hombres. Preguntaría a la sociedad por qué si esa
discriminación la padecieran los negros hablaríamos claramente de inaceptable racismo
y no pasa nada, o casi nada, si se trata de mujeres.
Si yo fuese una mujer estaría harta
ya de no ser considerada una ciudadana de pleno derecho, de pertenecer a un
sector de la población que está en situación de desventaja con respecto al
resto, de saber que me va a resultar más difícil que a un hombre, solo por el
hecho de ser mujer, alcanzar puestos de responsabilidad en mi trabajo o lograr
el reconocimiento como artista, intelectual o científica; estaría harta de
tener que sentirme en la calle menos segura de lo que se siente un hombre, de
saber que lo voy a tener más complicado para salir de las listas del paro, que
por ello mismo me veré en la necesidad de tener que aceptar peores condiciones
laborales, que tengo más posibilidades que los hombres de terminar sumida en la
pobreza, que me veré socialmente presionada para asumir la responsabilidad de
las tareas domésticas, el cuidado de la prole y de los mayores y tantas otras
cosas que mi hartazgo se habría convertido hace tiempo en indignación.
Si yo fuese una mujer, en suma, me
pensaría mucho mi voto y no se lo entregaría a ningún partido que no
incorporara la agenda feminista a su programa. Y me aseguraría de que el
partido de marras, porque el movimiento se demuestra andando, tuviera una
estructura igualitaria. Y, por supuesto, iría a la huelga el próximo 8 de marzo
y esperaría que todas las mujeres la secundaran, para que durante un día el
mundo entero viera que sin nosotras nada funciona. Mas como yo soy un hombre,
el próximo jueves no iré a la huelga, aunque me indigne la desigualdad que
sufren las mujeres, o precisamente por ello. Porque la huelga feminista ha de
ser una demostración de fuerza, de que sin ellas el mundo se para. Por eso el
próximo jueves iré a mi trabajo con la esperanza de que mis compañeras no
vayan, que las familias no envíen a sus hijas al instituto, que me sea
imposible dar clase, hacer mi trabajo, ante la ausencia de más de la mitad del
alumnado y del profesorado. Yo soy un hombre y no iré a la huelga el 8 de marzo,
pero ojalá se pare el mundo.
Yo que soy mujer te doy las gracias.
ResponderEliminarY estoy segura que se parará el mundo.