lunes, 28 de octubre de 2013

Educación y derechos humanos

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ara valorar con justeza la situación de la educación, y de las condiciones de vida en general, no basta con ceñirnos al momento presente, sino que hay que tener en cuenta de dónde venimos. La educación en España, y por supuesto en Canarias, adoleciendo de graves problemas y siendo manifiestamente mejorable, ha dado un enorme salto de calidad en los años de democracia. Sin embargo, en muchas ocasiones, quienes se declaran más críticos con nuestro sistema educativo, personas de mi generación o de generaciones anteriores, implícita o explícitamente muestran cierta nostalgia por la escuela de su infancia y de su juventud, a la que consideran mucho mejor que la actual. Pero la realidad es bien diferente, tal como lo ha puesto de relieve el Programa Internacional para la Evaluación de Competencias de la Población Adulta (PIAAC), más conocido como el informe PISA para adultos, cuyos resultados conocimos recientemente.
            En efecto, los datos demuestran que aunque la educación en España se halla a la cola de los países de la OCDE, lo cierto es que las generaciones más jóvenes obtienen mejor puntuación tanto en comprensión lectora como en matemáticas, las competencias evaluadas, luego la formación en España no ha hecho sino mejorar en las últimas décadas: los jóvenes están mejor formados y, pese a lo que digan los nostálgicos de los años grises, en materia de educación, cualquier tiempo pasado fue peor. Sin embargo, ello no quiere decir que cualquier tiempo futuro haya de ser mejor, pues el porvenir de la educación dependerá de las leyes educativas y de los recursos que se destinen a la formación. Y si esto es así, sólo podemos pensar que las próximas generaciones, las que están ahora formándose, estarán peor preparadas que las actuales porque los recortes en educación así como la ley Wert sin duda pasarán factura.
             Si los jóvenes de ahora, siendo como son la generación más cualificada de nuestra historia, ya viven peor que sus padres, ¿qué les espera en el día de mañana a los niños de hoy si encima estarán, salvo que alguien lo remedie, peor formados? ¡Les están robando el futuro! Así lo han entendido quienes el pasado 24 de octubre secundaron la huelga general de educación, estudiantes, padres, profesores y demás personal, convencidos como están de que la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) promovida por el ministro Wert sin duda supone un ataque al derecho a la educación que, no lo olvidemos, es también uno de esos derechos humanos que el Gobierno de España dice defender y sin embargo conculca. ¿Tendrá que intervenir el Tribunal de Estrasburgo para que Wert y los suyos recapaciten y desistan de seguir vulnerando el derecho fundamental a la educación?  

viernes, 18 de octubre de 2013

La dignidad no admite la pobreza

E
l pasado jueves se celebró, como cada 17 de octubre desde 1993, el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Esta fecha fue escogida por la ONU en conmemoración de la concentración que ese mismo día de 1987 tuvo lugar en París para rendir homenaje a las víctimas de la pobreza extrema, la violencia y el hambre. Nada menos que 100.000 personas se manifestaron entonces en el mismo sitio en el que en 1948 se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para denunciar que la pobreza constituye una vulneración de los derechos fundamentales de las personas. Veinte años después, ese atentado contra los derechos humanos que es la pobreza sigue siendo una realidad, por lo que la conmemoración del 17 de octubre sigue teniendo pleno sentido.
            En la célebre Cumbre del Milenio los gobiernos de los países miembros de la ONU se comprometieron a reducir a la mitad la pobreza extrema en el mundo en 2015. A menos de dos años de la fecha propuesta, nos encontramos ante un nuevo fracaso de las Naciones Unidas, pues si bien es cierto que antes de la crisis la pobreza se había reducido en casi todas las regiones del mundo, según la ONU, también lo es que después de la crisis los procesos de disminución de la pobreza se han estancado y que el hambre alcanzó sus máximas cotas en 2009. Además, la crisis económica, que es también una crisis social, ha dejado a muchísimas personas sin empleo, lo que ha traído como consecuencia que más individuos se encuentren en situación de pobreza extrema.
                  El mal de la pobreza no es sólo un problema de los países en vías de desarrollo. Afecta también, y mucho, a los países más desarrollados, a los que forman parte de eso que se ha dado en llamar el mundo rico. En efecto, en el mundo rico cada vez hay más pobres. En España, según el informe de Cáritas, tres millones de personas, el doble que antes de la crisis, están en situación de pobreza severa, lo que significa que viven con menos de 307 euros al mes. Y más del 20 por ciento de los hogares españoles, sin estar en situación de pobreza severa, ingresan menos de 14.700 euros anuales, que es lo que marca el umbral de la pobreza para un hogar conformado por dos adultos y dos menores. En Canarias, la situación es aún peor, pues en 2011 la pobreza alcanzaba a casi el 34 por ciento de la población, una tasa alarmante que en 2013 seguramente se habrá incrementado. Y todo ello cuando en España el número de millonarios ha crecido un 13 por ciento en apenas un año, lo que pone de relieve, una vez más, que esta crisis que estamos padeciendo no sólo es una estafa, sino que es, sobre todo, una violación de los derechos humanos, un atentado contra la dignidad de las personas que una sociedad pretendidamente democrática no puede permitir ni dentro ni fuera de sus fronteras. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Lampedusa

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uropa es la madre de la Ilustración, ese gran movimiento cultural que pone el énfasis en la razón como fuente del conocimiento y, lo que sin duda es más importante, como condición de posibilidad de la autodeterminación del ser humano. La Ilustración no sólo impulsó notablemente el progreso científico y técnico sino que también hizo emerger los grandes valores de la modernidad, libertad, igualdad y solidaridad, y trajo consigo las primeras declaraciones de derechos humanos, así como las primeras democracias modernas. Por todo ello es comprensible que los ilustrados del siglo XVIII mantuvieran una confianza ciega en la razón y estuviesen convencidos de que el progreso en el conocimiento conduciría al progreso económico, social y también moral.
            Sin embargo, el siglo XX habría de mostrarnos el lado oculto de la Ilustración al poner de relieve cómo los grandes avances tecnológicos habían servido más a la expansión de la opresión que a la emancipación de la humanidad. En efecto, las dos guerras mundiales, que bien pueden concebirse como guerras civiles entre europeos, la guerra civil española, el auge de los fascismos, el estalinismo, Aushwitz o el Gulag constituyen buenas muestras de que la razón había permanecido dialécticamente ligada a la barbarie. Esto mismo es lo que señalaron en su célebre libro Dialéctica de la Ilustración, de 1944, los filósofos Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, quienes pese a concebir que la libertad no es posible sin el pensamiento ilustrado, se hallan igualmente convencidos de que la Ilustración lleva en su seno el germen de su autodestrucción, la semilla de la barbarie. Por ello dedicaron sus esfuerzos filosóficos a evitar la repetición de Aushwitz, a salvar a la Ilustración de sí misma para que las esperanzas ilustradas se pudieran cumplir.
            Mas a pesar de los esfuerzos de los filósofos de la Escuela de Fráncfort, entre otros, el siglo XXI no ha empezado mucho mejor que el pasado. Si damos por buena la tesis del historiador Eric Hobsbawm, según la cual el presente siglo comenzó en 1989, con la caída del Muro de Berlín, sólo podemos constatar que la Europa del siglo XXI, ¡ay!, sigue instalada en la barbarie. Muestra de ello es la guerra de la extinta Yugoslavia y las secuelas de odio étnico que aun hoy perduran. Y más recientemente, el auge de partidos fascistas y xenófobos en distintos países europeos, las políticas racistas de Francia para con los gitanos rumanos, la valla de la vergüenza en Melilla, los centros de internamiento de extranjeros en España, los miles de inmigrantes muertos en las costas canarias y andaluzas y, por último, Lampedusa: los cientos de personas que murieron intentando alcanzar el sueño europeo de una vida digna. ¿Para cuándo una Europa verdaderamente ilustrada en la que la todo ser humano, independientemente de su lugar de procedencia, sea reconocido como un ser dotado de dignidad, como un fin en sí mismo, que diría el europeo e ilustrado filósofo Inmanuel Kant?

miércoles, 2 de octubre de 2013

Despotismo democrático

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or paradójico que resulte, las democracias representativas que conocemos son muy poco democráticas, pues si la democracia ha de consistir en el autogobierno de los ciudadanos, nos digan los políticos lo que nos digan, cada día parece más claro que aquí los únicos que se autogobiernan son los mercados, eufemismo con el que en los últimos años nos referimos a eso que antes, ortodoxias marxistas aparte, llamábamos el capital. Y es que no parece que haya forma de que los dirigentes políticos escuchen a los ciudadanos a la hora de gobernar, por más que desde algunos sectores mediáticos se insista en que los líderes de todos los países democráticos del mundo son rehenes de la opinión pública, pues sólo tienen oídos para la voz de los grandes capitales que es la única que suena.
            Decía Kant que si atendemos al modo en que el Estado ejerce el poder sólo existen dos formas de gobierno: la republicana, que respeta la libertad de los ciudadanos, y la despótica, que no lo hace. Hoy vivimos instalados en una suerte de despotismo democrático, toda vez que los gobiernos son elegidos democráticamente pero ejercen el poder de manera despótica, es decir, sin tener en cuenta la voluntad de los individuos a los que gobiernan. Buen ejemplo de lo que estamos diciendo lo constituye la forma en la que Mariano Rajoy y sus muy moderados ministros gobiernan en España, quienes imponen sus decisiones apoyándose en la mayoría absoluta de la que goza el PP en el Congreso de los Diputados, en un alarde de despotismo democrático inaceptable.
            En efecto, el Gobierno desoye sistemáticamente las demandas sociales de amplios sectores de la población apelando, como viene siendo norma del PP allí donde gobierna, a una fantasmagórica mayoría silenciosa que es la que, en última instancia, vendría a legitimar sus políticas antisociales. Y es que, por más que la existencia de la mayoría silenciosa de marras se nos antoje harto dudosa, en el PP están plenamente convencidos de que existe y ofrecen como prueba los votos, convertidos así en una suerte de argumento ontológico, con los que obtuvieron una aplastante mayoría en las últimas elecciones generales. Pero sucede que si analizamos los resultados electorales, lo que se comprueba es que, en realidad, la aplastante mayoría del PP no lo fue tanto. Ciertamente, el partido que hoy gobierna fue el más votado pero obtuvo menos de la mitad de los votos. Si además tenemos en cuenta el número de ciudadanos que no votaron y los votos nulos, intencionados o no, sólo podemos concluir, porque las matemáticas no fallan, que la mayoría absoluta del PP en el Congreso se sustenta en una minoría de ciudadanos, que será todo lo amplia que se quiera, pero es una minoría al fin y al cabo. Mas aunque realmente el Partido Popular hubiera sido elegido por la mayoría de los ciudadanos, tampoco podría gobernar de espaldas a la ciudadanía, votantes suyos o no, sin incurrir en el tan execrable como extendido despotismo democrático.