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l penúltimo capítulo de la historia del desmantelamiento del Estado de
bienestar lo escribió la semana pasada el Gobierno de Holanda, cuando anunció
que tal modelo de sociedad ha tocado a su fin y que será sustituido por lo que
ha dado en llamar “sociedad participativa”. Lo hizo mediante el discurso de la
Corona, protagonizado por primera vez por el nuevo rey Guillermo-Alejandro, con
el que tradicionalmente se abre en el país de los tulipanes el curso
parlamentario y sirve para que el gobierno de turno exprese a sus ciudadanos
cuáles serán las directrices políticas que marcarán el año. Mas sucede que el
gobierno de turno dice ser socialdemócrata, por lo que resulta cuando menos
paradójico que sea el encargado de desmantelar el Estado de bienestar, emblema
de la socialdemocracia europea. Como paradójico es también que denominen
sociedad participativa a aquella en la que, dice el Gobierno holandés, cada
ciudadano deberá responsabilizarse de sí mismo y de los que le rodean, lo cual,
en la práctica, viene a significar que cada uno se busque la vida por su
cuenta, lo que implica de suyo que la sociedad se volverá menos participativa
al menos para los sectores más vulnerables de la población.
El Estado de bienestar,
sin ser la panacea, ha sido el mayor logro de la modernidad en lo que a la
implantación de una mínima justicia social se refiere. Pues si bien es cierto
que no se propone erradicar las grandes desigualdades entre las clases
sociales, que es hacia donde debería orientarse una sociedad digna de llamarse
justa, al menos garantiza unas mínimas condiciones materiales de existencia a
todos los ciudadanos y el acceso universal a los servicios básicos como la
sanidad y la educación. Se trata de un modelo de sociedad construido en Europa
sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial mediante el pacto entre
liberales y socialistas: los primeros reconocían los derechos sociales,
mientras que los segundos renunciaban a la construcción de la sociedad sin
clases.
Es este modelo, que
insisto en que es un sistema de mínimos de justicia, el que dicen sus enemigos
que es insostenible. El viejo pacto social se ha roto porque los partidarios
del neoliberalismo ya no creen en la idoneidad del Estado de bienestar. En
realidad nunca han creído en el modelo, pero mientras existió la Unión
Soviética, por la que, dicho sea de paso, no siento ninguna nostalgia, se
vieron forzados a realizar algunas concesiones ante la posibilidad real de que
amplios sectores de la población europea, si no se atendían sus demandas
sociales, abrazaran el comunismo. Mas con la caída del Muro de Berlín, los
temores del neoliberalismo se diluyeron, y se abrió la veda al acoso y derribo
de la Europa social, protagonizada políticamente por los partidos
conservadores, pero con la connivencia y, en ocasiones, el concurso activo de
los que dicen ser partidos de izquierdas. El anuncio del Gobierno holandés, ya
lo decíamos al comienzo de este artículo, es sólo el penúltimo capítulo de esta
historia; el último lo está escribiendo Angela Merkel. De sus políticas y de su
funesto a la vez que celebrado triunfo electoral hablamos otro día.