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l atroz atentado perpetrado la
semana pasada contra los periodistas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo ha hecho correr ríos de
tinta. La mayor parte de los comentaristas asimila la matanza a los atentados
del 11-S en Nueva York, del 11-M en Madrid o del 7-J en Londres, mas tengo para
mí que por mucho que el integrismo islámico esté detrás de los atentados
terroristas y del asesinato de los periodistas, se trata de cuestiones
diferentes. Y es que la barbarie cometida por los islamistas en las Torres
Gemelas, los trenes de Atocha o el metro londinense constituye un ataque del
islamismo a Occidente, sin matices, similar por cierto a los ataques con drones
realizados por Estados Unidos contra civiles en diversos lugares del mundo o a
los bombardeos contra la población civil de Gaza a los que Israel nos tiene
acostumbrados. Pero el atentado terrorista contra los humoristas de Charlie Hebdo no tiene un objetivo
indiscriminado, sino que constituye un atentado contra la libertad de
expresión, lo que lo hace aún más grave.
Atentar contra la libertad de expresión reviste de mayor
gravedad a los asesinatos porque, de repente, nos podemos sentir amenazados. No
es que los otros atentados terroristas no nos hayan atemorizado, pero no tienen
capacidad por sí mismos para hacer cambiar la conducta de las personas: la
gente, con miedo o sin él, no deja de acudir a su puesto de trabajo, de viajar
en tren o de coger el metro por temor a un atentado. Pero si matan a humoristas
gráficos por mofarse de Mahoma cabe la posibilidad de que los columnistas,
tertulianos y las personas en general se lo piensen dos veces antes de expresar
sus opiniones con libertad y eso es, a mi modo de ver, muchísimo más peligroso.
Porque el derecho a la libertad de expresión es uno de los derechos humanos
fundamentales y, por ende, es uno de los pilares básicos de la democracia. Sin
libertad de expresión no hay dignidad posible.
Es por ello que uno no puede sino alegrarse de la
contumaz respuesta de los principales medios de comunicación a la barbarie
islamista: “Todos somos Charlie Hebdo”,
a la que, espontáneamente, se han sumado multitud de personas. Sin embargo, no deja de ser sorprendente que
los progresistas más cortos de miras se hayan rasgado las vestiduras porque
algunos medios conservadores que en ocasiones han publicado editoriales
críticos con revistas satíricas como El
Jueves o Mongolia, cuyas portadas
han encontrado ofensivas o desmesuradas, se hayan sumado a la campaña de
solidaridad con la revista francesa. Es la misma confusión de quienes se han
apresurado a escribir “Yo no soy Charlie
Hebdo”, para dejar claro que en absoluto comparten el sentido del humor de
la revista de marras.
Ni unos ni otros parecen entender que ser hoy Charlie Hebdo no significa
necesariamente identificarse con su línea editorial, sino sólo solidarizarse
con su derecho a tenerla y que defender el derecho a la libertad de expresión
implica, también, defender el derecho de los medios conservadores a criticar
las portadas de las revistas satíricas que quieran, así como el derecho de las
revistas satíricas a mofarse de quien deseen. Cuestión distinta es la
inadmisible hipocresía de algunos líderes políticos como Mariano Rajoy, que
después de aprobar la Ley Mordaza en España acude a la manifestación de París
contra el terrorismo y en defensa de la libertad de expresión, o el secretario
general de PSOE, Pedro Sánchez, que ya no recuerda que en 2007, cuando aún
gobernaba el ZuperPresidente, la
Audiencia ordenó el secuestro de una edición de la revista El Jueves a instancias de la Fiscalía General del Estado.
Si este artículo es de su interés, aunque esté en desacuerdo, no deje de compartirlo con sus contactos. Ellos se lo agradecerán y yo también.
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