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esde que empezara la crisis, allá por el año 2007, la situación no ha hecho
sino empeorar. Más allá de los brotes verdes del gobierno de ZP, o de las
razones que Mariano Rajoy encuentra para la esperanza y la reafirmación de la
política económica del gobierno que preside, lo cierto es que, aun con 100.000
desempleados menos en el mes de mayo, los datos siguen siendo desoladores:
4.890.928 parados registrados, 6.202.700, según la última Encuesta de Población
Activa, ya veremos qué dice la próxima; incremento de la desigualdad y de la
pobreza, que alcanza ya no sólo a los desempleados sino también a personas que
sí tienen trabajo; miles de desahuciados; instituciones benéficas desbordadas;
comedores escolares que en realidad son comedores sociales; deterioro palpable
de la sanidad y de la educación… Todos estos datos, y aún más, aliñados encima
con los casos de corrupción que nos llegan un día sí y otro también, resultan
imposibles de digerir sin que, como mínimo, vayan generando en la población un
desánimo cada vez mayor y más generalizado.
Tras la indignación
inicial el pesimismo nos ha invadido y lo peor de todo es que sabemos que no se
trata de un estado de ánimo subjetivo, sino que hay razones objetivas para la
pesadumbre, pues todo apunta a que la situación seguirá empeorando. La vida se
ha vuelto tan horrible que muchos han optado por marcharse, en busca de un
lugar donde se les ofrezcan las oportunidades que en su tierra no tienen. Ya
ven, España, y Canarias, que hasta el otro día despreciaban a los inmigrantes
con las ínfulas propias de los nuevos ricos, hoy vuelven a ser lo que siempre
fueron: tierra de miseria y mezquindad, de hambre y de explotación, de
emigrantes que han de buscar fuera el pan que aquí se les niega. Y no se van
sólo los jóvenes universitarios, también se están marchando personas de más de
40 años, que de la noche a la mañana se han visto sin trabajo y sin posibilidad
de conseguirlo.
Los que aún seguimos aquí,
resistiendo, alguna vez hemos pensado también en mandarnos a mudar. Si no al
extranjero, posibilidad nunca descartada por completo, al menos hemos sentido
el deseo de romper con todo, de apearnos de esta sociedad putrefacta, de
tirarnos al monte y llevar una vida de retiro, alejada de la podredumbre. En
cierto modo eso es lo que hizo Epicuro de Samos, en el siglo IV antes de
Cristo, cuando fundó en las afueras de Atenas una escuela que sería conocida
como el Jardín, donde promovía una vida apartada de la vida pública, pues la
política es, a juicio de Epicuro, una actividad innatural y perturbadora. Mas
aunque alguna vez hayamos sentido la tentación del Jardín, lo cierto es que nosotros,
ay, no tenemos un jardín al que retirarnos, así que no nos queda otra que
seguir aquí, en la polis, y procurar
que el pesimismo retorne a indignación, y que ésta nos dé la energía suficiente
para seguir luchando contra la injusticia, siquiera sea con la fuerza de la
palabra, que en definitiva es en lo que consiste la lucha por la vida.