domingo, 30 de septiembre de 2018

Vindicación de la libertad de expresión


L
a libertad de expresión vuelve a estar en la picota en España. La Asociación de Abogados Cristianos ha vuelto a la carga en su cruzada contra todo aquel que ose ofenderlos, ya sea la drag Sethlas en carnavales, ya sea Willy Toledo, quien por afirmar en Facebook que se caga en Dios y le sobra mierda para cagarse en la virginidad de la Virgen María, ha sido procesado por un juzgado de Madrid por un delito de ofensa a los sentimientos religiosos, algo que, incomprensiblemente, sigue formando parte del código penal, en pleno siglo XXI, de un país que presume de democrático. Personalmente, no es que me agraden los mensajes escatológicos del polémico actor, pero, desde luego, sí considero que tiene todo el derecho a publicarlos. Y es que, como tan acertadamente dijera George Orwell y en alguna otra ocasión hemos recordado, “la libertad es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.
Como no teníamos bastante con el fanatismo de la Asociación de Abogados Cristianos, ahora llega el Gobierno con que es necesario regular la libertad de expresión en el marco de la Unión Europea. Así lo señaló hace unos días la vicepresidenta del Ejecutivo, Carmen Calvo, cuando inauguraba la XVI Jornada de Periodismo de la Asociación de Periodistas Europeos. La ministra no ha podido ser más inoportuna, justo ahora que el fanatismo religioso se siente arropado por los tribunales, pero, sobre todo, justo ahora que asistimos al goteo de noticias que ponen en entredicho la integridad de algunos miembros del Gobierno, léase las referidas a las animadas conversaciones de la ministra de Justicia, Dolores Delgado, con el comisario Villarejo, léase las informaciones sobre las cuentas y sociedades patrimoniales de nuestro estratosférico ministro de Ciencia, Innovación y Universidades.
Dice Carmen Calvo que el objetivo de regular la libertad de expresión no es otro que proteger a la ciudadanía de las fake news; sin embargo, cuesta creer que en el fondo no se trata de un burdo intento de censurar las noticias que comprometan a los miembros del Gobierno: no en vano, la labor de los medios de comunicación ya les ha costado el puesto a dos ministros, Maxim Huerta y Carmen Montón, y no sabemos cuántos más habrán de caer. Por lo demás, la ley ya nos protege contra las noticias falsas, como muestra la jurisprudencia, pues son conocidas las sentencias judiciales contra medios de comunicación por manipular información, como el célebre caso de TVE en los funestos años en los que Alfredo Urdaci dirigía los informativos de la cadena pública. La libertad de expresión es uno de los pilares de la democracia, sin ella, sencillamente no hay libertad, y aunque como dice la vicepresidenta, “no lo resiste todo”, aguanta bastante bien sin ser regulada, pues, como ha señalado el presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, Nemesio Rodríguez, “cada vez que los gobiernos tratan de regular la libertad de expresión es para limitarla”, para poner límites, añadiría yo, a ese contrapoder que es el periodismo libre, tan necesario para defender la democracia de los excesos de los gobiernos y de los fanatismos de cualquier signo.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Más moralina que moral

P
edro Sánchez ha conseguido superar la frontera de los 100 días al frente del Gobierno mal que les pese al PP y a Ciudadanos, que no han cejado en su empeño de señalar la supuesta ilegitimidad del gobierno socialista, olvidándose de que la moción de censura es un mecanismo perfectamente legal contemplado en la sacrosanta Constitución que tanto enarbolan en otras ocasiones y de que al presidente del Gobierno, en España, lo elige el Parlamento. Y a pesar de las dificultades, dos ministros dimitidos en tan breve tiempo, el gobierno del SOE ha llegado hasta aquí con cierto éxito, como muestran las encuestas que, desde que Pedro Sánchez está instalado en La Moncloa, le son cada vez más favorables. Y es que hacer campaña desde el Gobierno tiene sus ventajas electorales.
Más allá del pataleo de la derecha española, el cambio de gobierno supuso un soplo de aire fresco tras los años de ranciedad del gobierno de Rajoy. Sin embargo, una vez más, y aunque apenas hayan pasado tres meses, el SOE vuelve a defraudar, a pesar de las encuestas, al menos a quien suscribe. Si la declaración de intenciones de implementar unas políticas sociales que tuvieran como objetivo la lucha contra la desigualdad y la pobreza generaron cierta ilusión, la política de gestos, con los vaivenes que le son inherentes, resulta decepcionante. Mas lo que lleva ya a la exasperación es que lo que se presumía que eran unas sólidas convicciones morales sobre las que se sustentaba el programa de gobierno se han revelado más bien líquidas, con permiso de Bauman, y, de hecho, en el gabinete de Pedro Sánchez parece haber más moralina que moral. La liquidez de los principios morales del Gobierno ha quedado patente con el caso de las bombas que España finalmente venderá a Arabia Saudí, pese al fallido intento de la ministra de Defensa, Margarita Robles, de revocar el contrato. Seis mil puestos de trabajo bien valen unos cuantos yemeníes muertos, habrá pensado Pedro Sánchez para desautorizarla. El exceso de moralina, por otra parte, lo pudimos contemplar con el berrinche que se cogió la ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, a cuenta de la creación del sindicato denominado Organización de Trabajadoras Sexuales (OTRAS).
            Y es que moralina y no otra cosa es lo que demostró la ministra al oponerse tan vehementemente a la legalización de OTRAS. Una moralina que llevó a la destitución, oficialmente dimisión, de la directora general de Trabajo, Concepción Pascual, que había dado el visto bueno al depósito del sindicato de marras. A juicio de Valerio, eso es tanto como legalizar la prostitución, algo que, según ella, un gobierno feminista no puede permitir. Claro que el feminismo abolicionista de Valerio no es el único feminismo posible, pues existen otros feminismos que, lejos de estigmatizar a las trabajadoras del sexo, abogan por la plena libertad, sexual y de cualquier índole, de las mujeres en tanto que individuos. Valerio y sus abolicionistas afines parecen confundir prostitución con esclavitud sexual, y se empeñan en que las putas sigan siendo putas, prostitutas en el mejor de los casos; OTRAS, en cambio, y quien suscribe, creemos que para acabar con la esclavitud sexual es necesario legalizar el trabajo sexual y reconocer a las personas que decidan vender sus servicios sexuales como trabajadoras con los mismos derechos laborales que el resto.