lunes, 27 de diciembre de 2021

Una defensa de la Ética

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n alguna otra ocasión me he referido al hecho de que vivimos en una sociedad que parece obsesionada con la felicidad. Una obsesión que, paradójicamente, lleva a muchas personas a ser profundamente infelices. No hay, a mi modo de ver, un único modo de ser feliz, pero yo diría que la que parece ser la concepción hegemónica hoy en día es profundamente errónea. Identificar la felicidad con el éxito económico, profesional o social genera más frustración que auténtica felicidad. Si a ello le añadimos que casi nadie aparenta estar interesado en la vida buena sino más bien en demostrar a los demás lo feliz que se es y lo bien que le va en la vida, entonces no es de extrañar que haya tantas personas sumidas en procesos depresivos. Si tomamos como modelo al hombre o a la mujer de éxito, con dinero, reconocimiento social, deslumbrante en el trabajo o en los negocios, inteligente, brillante y físicamente atractivo, el resultado es que aspiraremos a ser no ya lo que no somos, sino lo que no podemos ser, al menos la inmensa mayoría de nosotros.

La búsqueda de la felicidad, de la vida buena, es algo que preocupa a los seres humanos desde la Antigüedad. No en vano constituye el asunto central de las éticas premodernas y el propio Aristóteles ya señaló que la vida buena, la eudaimonía, constituye el fin último del hombre. Mas Aristóteles entendió que la verdadera felicidad no puede consistir ni en el placer, ni en el dinero ni en el honor o la gloria, pues si la felicidad es el fin último del ser humano, esta habrá de consistir necesariamente en el ejercicio continuado de la actividad propia del hombre. Y puesto que el rasgo distintivo del ser humano es la razón, entonces, la verdadera felicidad habrá de consistir en el ejercicio continuado de la razón, en dedicarse a lo que Aristóteles llamaba la actividad teórica o la contemplación. Lo que viene a significar que el ser humano es verdaderamente feliz cuando se realiza a través de la búsqueda del conocimiento y la verdad.

Seguramente no todo el mundo haya de sentirse realizado dedicándose a la vida contemplativa, pero el solo hecho de que se conciba la felicidad como autorrealización y no como posesión o reconocimiento hace que resulte conveniente, todavía hoy, escuchar lo que Aristóteles tiene que decir sobre este asunto, el de la felicidad, que a todo ser humano ocupa y preocupa, quizás en demasía. Y es que acaso sea más importante la dignidad que la felicidad y hasta es posible que, para decirlo a la manera de Kant, lo verdaderamente relevante desde un punto de vista moral no sea tanto alcanzar la felicidad sino cumplir con nuestro deber por sentido del deber, lo que, como bien señaló el de Königsberg, no promete la felicidad pero nos hace dignos de ser felices. Todo lo cual habrá de decidirlo cada uno en su fuero interno y para ello se me antoja imprescindible que se vuelva a estudiar Ética en la Educación Secundaria Obligatoria, que es lo que el Gobierno no contempla en la nueva ley educativa, por más que los partidos que lo sustentan, junto al resto de los que forman parte del arco parlamentario, se comprometieran a ello en el Congreso de los Diputados. 

martes, 7 de diciembre de 2021

A propósito del 25 N

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l pasado jueves, como cada 25 de noviembre, se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, un tipo de violencia que, al menos desde la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing, China, en 1995, se define como “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico”. De tal definición se desprende que la expresión “violencia de género” alude fundamentalmente a la violencia que se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Y así es cómo, según creo, se ha venido sosteniendo por parte del feminismo desde hace años. El matiz “por el hecho de ser mujeres” no es trivial, pues resulta fundamental para comprender en qué consiste la violencia machista. Otra cosa es que, desde algunos feminismos, la violencia de género se haya querido diferenciar de la violencia contra la mujer para incluir en la primera expresión la que se puede ejercer contra las personas del colectivo LGTBI.

No es mi intención, en cualquier caso, entrar ahora en el debate interno del feminismo con respecto a esta cuestión, pues lo que me interesa hoy es reflexionar sobre el alcance de la violencia contra las mujeres por el hecho de serlo, independientemente de si se quiere denominar violencia de género o si se prefiere entender este concepto en sentido más amplio. El término de la expresión sobre el que quiero detenerme, entonces, es el de “violencia”. Y es que la violencia se puede ejercer de muchas maneras. Es así que la más clara de ellas es la que llamamos violencia directa, que es la que tiene lugar cuando se produce una agresión física, sexual o psicológica y lamentablemente, incluso en las sociedades que se dicen respetuosas con los derechos humanos, son muchas las mujeres que sufren este tipo de violencia que alcanzaría su máxima expresión en el asesinato.

Pero además de la violencia directa, existe la que se ha dado en llamar violencia estructural, que es la que tiene lugar cuando se atenta contra los derechos humanos de los individuos. Y comoquiera que entre esos derechos humanos se hallan los civiles y políticos, pero también los económicos, sociales y culturales, entonces, cada vez que se atenta contra el derecho de un ser humano al acceso a los recursos materiales mínimos para poder llevar a cabo una vida digna, estaríamos ante un caso de violencia estructural. Un tipo de violencia que, en muchas ocasiones, bien puede ser considerado como violencia contra las mujeres o violencia de género, toda vez que mayormente son las mujeres las que ven conculcados sus derechos económicos y sociales, por más que en nuestras democracias liberales haya un reconocimiento formal de las libertades básicas y de la igualdad entre hombres y mujeres. Prueba de ello sería la tristemente célebre brecha salarial o, lo que es aún peor, el fenómeno de la feminización de la pobreza. Y tengo para mí que el 25 N es un día para reivindicar el imperativo moral de eliminar este tipo de violencia y no solo la violencia física, psicológica o sexual que, por descontado, también debiera ser erradicada.