viernes, 29 de noviembre de 2013

Poesía y trabajo

A

yer leí en la prensa las declaraciones de un poeta que asegura que se obliga a escribir todos los días, “como un oficinista”. La afirmación del poeta, por lo demás catedrático de Literatura, me ha parecido que emana un cierto tufillo aristocrático, pues pareciera como si el oficio de escritor fuera más digno que el de administrativo. En realidad, su escritura no es la propia de quien desempeña un trabajo, pues la poesía no es ningún oficio, sino un arte. Y aunque algunas artes puedan ser consideradas profesiones, no es este el caso toda vez que el poeta no puede vivir de su poesía. Una vez más, es el mercado y no la filosofía el que determina no qué es o deja de ser arte, pero sí qué es trabajo, oficio, o deja de serlo. Y si una actividad no está remunerada, podrá ser un arte sublime, pero no es trabajo. Con todo, el poeta de marras dice que ha de obligarse a escribir todos los días, otorgándole así al arte una característica más propia del trabajo: la obligatoriedad. Acaso la afirmación de nuestro escritor no sea tan elitista como sospechábamos en primera instancia, sino, antes al contrario, constituya un gesto de humildad del artista al reconocer que el arte, lejos de ser una actividad fruto de la inspiración del genio, es tan humana como el trabajo. Que el arte, para llegar a ser, ha de practicarse a diario, como cualquier trabajo. Porque el escritor que no escribe a diario corre el riesgo de quedarse sin obra por no haberla escrito. Y en rigor, un escritor sin obra no puede ser un escritor.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Iconos del siglo XX

E

ste otoño han muerto dos iconos de la música del siglo XX: el transgresor Lou Reed y el castizo Manolo Escobar. Puede afirmarse que ambos pertenecían, biológicamente, a la misma generación, o casi, pues el español era apenas once años mayor que el norteamericano. Sin embargo, uno y otro representan dos cosmovisiones radicalmente opuestas. Lou Reed es el estandarte de la transgresión y en la España de los setenta simbolizó la ruptura con el franquismo y la entrada en la modernidad; Manolo Escobar, en cambio, aparecía como uno de los últimos vestigios de una España caduca y represiva. Por supuesto que ni uno ni otro escogieron ese rol, pero los jóvenes españoles de entonces vieron en el rockero el símbolo de la libertad y en el coplista  una de las estampas musicales de la segunda etapa de la dictadura. Los dos han muerto este otoño y los dos han sido llorados y homenajeados en los medios de comunicación, mas tengo para mí que por más respeto, incluso veneración, que pueda infundir la figura de Manolo Escobar, ya casi nadie, salvo los nostálgicos de los años grises, quiere retornar a aquella España en la que cosechó sus mayores éxitos. El espíritu transgresor de Lou Reed, sin embargo, hoy, como ayer, sigue siendo absolutamente necesario.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Irónicas coincidencias

C
ircula por el universo virtual de las redes sociales una viñeta en la que se ve una imagen de Karl Marx que espeta al lector: “¿El banco te quitó tu casa, una propiedad privada? Pensaba que eso sólo ocurría en el comunismo”. El chiste tiene su buena dosis de mala leche pero también su gracia. Es lo que tiene el humor negro, que por negro que sea no por ello deja de ser humor. Incluso me atrevería a decir que a más de un desahuciado, pese a lo terrible de su situación, la irónica viñeta protagonizada por un Marx ficticio ha conseguido sacarle una sonrisa, siquiera sea amarga. No es el único chiste que tiene como trasfondo al comunismo. Imposible olvidar aquella escena de la formidable película Los lunes al sol, en la que en un diálogo entre un ex piloto espacial de la Unión Soviética y otro viejo camarada que sobreviven en España como pueden se muestra que todo aquello que los dirigentes les contaron sobre el socialismo era mentira, pero que lo peor es que lo que les dijeron sobre el capitalismo, ay, era verdad.
            Si Fernando León, el director del filme de marras, consiguió mostrar en clave de humor uno de los lados oscuros del capitalismo, el del paro y toda la problemática a él asociada, desde la pobreza y la miseria hasta la frustración y la degradación personal de quienes no disponen de un medio para ganarse la vida y realizarse a sí mismos, algo similar llevó a cabo Florian Henckel von Donnersmarck con su también fantástica película La vida de los otros: un retrato no exento de humor en el que el director alemán muestra con toda crudeza las infames actuaciones de la Stasi, la terrible policía secreta de la antigua República Democrática Alemana que, con el pretexto de garantizar la seguridad del Estado, espiaba a cientos de miles de ciudadanos.
           Resulta irónico que la antigua Alemania Oriental se denominara República Democrática, pero más irónico resulta aún que la cuestión del espionaje de los ciudadanos por parte de sus propios gobiernos, o los gobiernos de los países amigos, constituya otra de las coincidencias entre el viejo comunismo autoritario, el llamado socialismo real, y nuestra más vieja aún democracia liberal, que bien podríamos denominar con la misma contundencia democracia real, en tanto que es la realmente existente por más que, en rigor, no sea realmente muy democrática. Y es que en una genuina democracia no tiene cabida esta intolerable violación del derecho fundamental de los individuos a la intimidad, como tampoco pueden existir lugares en los que se violan sistemáticamente los derechos humanos como Guantánamo que, por cierto, otra irónica coincidencia, se escribe también con G, igual que Gulag.