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yer leí en la prensa las declaraciones de un poeta que asegura que se
obliga a escribir todos los días, “como un oficinista”. La afirmación del
poeta, por lo demás catedrático de Literatura, me ha parecido que emana un
cierto tufillo aristocrático, pues pareciera como si el oficio de escritor
fuera más digno que el de administrativo. En realidad, su escritura no es la
propia de quien desempeña un trabajo, pues la poesía no es ningún oficio, sino
un arte. Y aunque algunas artes puedan ser consideradas profesiones, no es este
el caso toda vez que el poeta no puede vivir de su poesía. Una vez más, es el
mercado y no la filosofía el que determina no qué es o deja de ser arte, pero
sí qué es trabajo, oficio, o deja de serlo. Y si una actividad no está remunerada,
podrá ser un arte sublime, pero no es trabajo. Con todo, el poeta de marras
dice que ha de obligarse a escribir todos los días, otorgándole así al arte una
característica más propia del trabajo: la obligatoriedad. Acaso la afirmación
de nuestro escritor no sea tan elitista como sospechábamos en primera
instancia, sino, antes al contrario, constituya un gesto de humildad del
artista al reconocer que el arte, lejos de ser una actividad fruto de la inspiración del genio, es tan humana como
el trabajo. Que el arte, para llegar a ser, ha de practicarse a diario, como
cualquier trabajo. Porque el escritor que no escribe a diario corre el riesgo
de quedarse sin obra por no haberla escrito. Y en rigor, un escritor sin obra
no puede ser un escritor.