domingo, 28 de noviembre de 2021

El nacimiento de 'UPPSOE'

 

H

ace ahora algo más de 10 años, el movimiento 15-M tomó las plazas y las calles de  buena parte de las ciudades españolas para mostrar su indignación ante la gestión de la crisis que nos asolaba (cuyas consecuencias aún no se han terminado de superar), en lo que ha sido el mayor movimiento contestatario en décadas. La crisis económica devino en crisis social y ésta en crisis política. No en vano, la plataforma que convocó la manifestación que derivó en la generación del 15-M llevaba por nombre Democracia Real Ya, dando por supuesto que nuestra democracia no es realmente tal. El malestar económico y social hizo que parte de la ciudadanía pusiera en tela de juicio el sistema político, una democracia que a ojos de los indignados no cumplía con unos requisitos mínimos que la hiciera digna de ese nombre. Es por ello que desde los sectores biempensantes del país, élites políticas, económicas y mediáticas, no se dudó en tildar a los indignados de antisistema.

            ¿Fue el 15-M un movimiento antisistema? Si nos atenemos a la definición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia, según el cual antisistema significa “contrario al sistema social o político establecidos”, parece claro que el 15-M fue un movimiento antisistema. Y es que, en el ámbito político, pretendía transformar la democracia liberal representativa en una democracia más genuina, más deliberativa, participativa y directa, y en el ámbito socioeconómico, abogaba por una sociedad más justa, en la que todas las personas tuvieran acceso a los recursos materiales mínimos para llevar a cabo una vida digna y donde, en suma, los seres humanos fueran siempre tratados como sujetos y nunca como meros objetos, que es lo que se desprende de aquel célebre lema de Democracia Real Ya: “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Mas si el término antisistema se usa en sentido peyorativo como sinónimo de antidemocrático o violento, entonces resulta evidente que el 15-M no fue en ningún caso un movimiento antisistema, pues tanto las proclamas como las reivindicaciones de los indignados casarían bien con lo que se ha dado en llamar democracia radical.

            Una década después se diría que no ha habido cambios sustanciales en la realidad social española, más allá de la irrupción de Podemos, aquel partido que en buena medida era heredero del movimiento 15-M, hoy asociado a Izquierda Unida y parte del Gobierno. Es por ello que en la actualidad sigue siendo tan necesario como entonces el ejercicio del pensamiento crítico contra el poder económico y el poder político,  por más que las élites se empeñen en calificar, más bien descalificar, como antisistema (en el sentido despectivo de antidemocrático) a cualquier movimiento o idea que pueda poner en tela de juicio el poder establecido. Si entonces el objeto de las críticas eran la banca y las grandes multinacionales, en la esfera económica, y lo que se dio en llamar el PPSOE, en el plano político, tengo para mí que ahora, como destinatarios de la crítica, convendría sumar a las grandes compañías energéticas y también, ay, a Unidas Podemos. Y es que tras lo acontecido en el Congreso en relación a la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional, solo queda la indignación ante el nacimiento de ‘UPPSOE’ que, por descontado, hoy como ayer, no me representa.

jueves, 4 de noviembre de 2021

La realidad es dialéctica

S

abido es que una proposición no puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo. Esto es, al menos, lo que viene a decir el principio de no contradicción formulado por Aristóteles en el siglo IV antes de Cristo. Para ser algo más precisos, el principio de marras señala que si una proposición es verdadera su contraria no puede serlo en el mismo sentido. Se trata de uno de los principios lógicos elementales, del que se deriva el principio del tercero excluido, según el cual, dada una proposición y su contraria, una de las dos, y solo una, ha de ser verdadera, y no hay cabida para una tercera opción. El principio de no contradicción tiene una variante ontológica según la cual nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Las cosas, ya se sabe, o son, o no son. Uno tiende a pensar que estos principios, tanto en su versión lógica como ontológica, siguen teniendo validez hoy en día. Sin embargo, en ocasiones, se diría que la realidad los niega.

El principio de no contradicción, en su variante ontológica, casa bien con aquel otro que nos dejara Parménides en su poema del ser, donde el eleata nos dice que solo el ser es y es imposible que no sea; el no ser, por tanto, ni es ni puede llegar a ser. Lo que más o menos quiere significar lo que popularmente decimos cuando afirmamos que lo que es es y lo que no es no es. La conclusión a la que llega Parménides es que el ser es uno, único, eterno e inmutable, lo que hoy en día es difícil de sostener, pues la realidad se nos antoja a todas luces cambiante. Más plausible parece entonces el planteamiento de Heráclito, quien ya nos advertía de la imposibilidad de bañarnos dos veces en el mismo río. En efecto, la realidad, a juicio del de Éfeso, es cambiante, pues todo fluye y nada permanece. Y ello es así porque, según el Oscuro, que es como lo conocían, la realidad es dialéctica, una unidad formada por contrarios.

¿Es la realidad estática o cambiante? ¿Coherente o contradictoria? Si seguimos el principio de no contradicción, la realidad debería ser coherente; sin embargo, las contradicciones abundan por doquier. Acaso la realidad sea coherente en lo que a la naturaleza se refiere y contradictoria en lo relativo al ser humano. Pues lo que ofrece pocas dudas es que, en el ámbito social, no digamos ya el político, la realidad se despliega dialécticamente en múltiples contradicciones. ¿Cómo entender si no que sea precisamente Vox, el nostálgico del franquismo, el partido que se haya erigido en guardián de los derechos humanos a la luz de las sentencias, tres ya, del Tribunal Constitucional que le han dado la razón? ¿Cómo comprender que el PSOE y el PP se pongan de acuerdo para configurar a su antojo las más altas instituciones del Estado, incluidas, cómo no, las que atañen al poder judicial, y al mismo tiempo sigan defendiendo la separación de poderes como uno de los principios básicos de la democracia, si no es porque la realidad es dialéctica?