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ay que ver lo que está dando de sí mediáticamente una manifestación que,
según los más conservadores, fue un rotundo fracaso. Me refiero, claro está, a
la del 25-S, a propósito de la cual estamos siendo testigos de enfrentamientos
de todo tipo en el seno de las más altas instituciones del Estado. La verdad es
que la expresión “las más altas instituciones del Estado” da hasta miedo porque
parece como si estuviéramos hablando de un ente abstracto y omnipotente, casi
como Dios, pero en el más acá. Mas dejémonos de digresiones y vayamos a lo que
íbamos: en relación con el 25-S hemos podido asistir al enfrentamiento de
políticos contra políticos, jueces contra jueces y, finalmente, jueces contra
políticos, amén de las disputas dialécticas que pueda haber habido entre los
ciudadanos, pero esos, ya se sabe, no forman parte ni de las más altas
instituciones del Estado ni de nada.
En un principio, lo
comentábamos en la anterior entrega de LUCES DE TRASNOCHE, hubo un acuerdo
generalizado entre los miembros de la clase política a la hora de mostrar su
disconformidad con la manifestación (lo de Cayo Lara es aparte porque, ya lo
decíamos, pretende ser diputado sin formar parte de la clase política), si bien
es cierto que a los más progresistas tal desacuerdo no les impidió expresar su
rechazo a la violencia policial, mientras que los PoPulares elogiaron la labor
de las fuerzas de seguridad del Estado.
¡Mi madre, cómo suena eso! Ahí empezaron las discrepancias. Al tiempo que unos
criticaban la desproporcionalidad de la policía, otros la felicitaban,
empezando por el propio ministro del Interior, Jorque Fernández Díaz, quien,
por cierto, al felicitar a la policía es casi como si se felicitara a sí mismo,
puesto que se supone que los agentes cumplen las órdenes de la delegada del
Gobierno en Madrid, quien, a su vez, obedece al ministro. Y las discrepancias
entre políticos podrían haber quedado ahí, si no fuera porque a la mencionada
delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, con la locuacidad, que no
elocuencia, que la caracteriza, no se le ocurrió otra cosa que proponer que se
modulara el derecho de manifestación. Menos mal que tal ataque a los derechos
fundamentales no fue bien acogido ni entre los miembros de su partido, al menos
de momento.
El otro enfrentamiento al
que nos referíamos es el que ha tenido lugar entre los magistrados. Y es que
tanto el director general de la policía, Ignacio Cosidó, como la delegada del Gobierno, que por supuesto no son jueces, no han cejado en su empeño de que se
juzgue en la Audiencia Nacional por delitos contra el Estado a los 34 manifestantes
detenidos. Sin embargo, desde la Audiencia Nacional, el juez Santiago Pedraz no
consideró que hubiera indicios de un delito de esta magnitud, por lo que a los
detenidos se les tomó declaración en un juzgado de instrucción de Madrid. Y
hete aquí que la jueza, a sabiendas de que el juez Pedraz había rechazado que
fuese competencia de la Audiencia Nacional, se inhibe y traslada el caso a
dicha instancia porque entiende que sí hay indicios de delito contra el Estado.
Lo que va a pasar con respecto a tal inhibición de la jueza está por ver, aunque
el auto con el que el juez Pedraz ha archivado el caso abierto contra los ocho promotores del 25-S deja lugar a pocas dudas. Y es que el juez no sólo señala
que la convocatoria de la manifestación no es constitutiva de delito alguno y
está amparada por el derecho fundamental a la libertad de expresión, sino que insiste
en que no se puede “prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre
acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia
de la denominada clase política”.
El varapalo dado por el
auto de Pedraz al Gobierno y su alusión a la decadencia de la clase política no
han sentado nada bien a los PoPulares, y aunque la mayoría ha expresado su
tradicional respeto por las decisiones judiciales, otros no han podido
contenerse y han arremetido contra Pedraz. Es el caso del portavoz adjunto del
PP en el Congreso, Rafael Hernando, quien se mostró indignado –se intercambian
los papeles- y llamó al juez, suponemos que a modo de insulto, “pijo ácrata”. Ya
ven, lo dice Hernando, tenemos un anarquista en la Audiencia Nacional. Y ojalá sea
cierto, porque, convendrán conmigo, pijo o no es lo de menos, esto sería más motivo de celebración que de pesadumbre.