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ice la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal,
en una nueva muestra de descubrimiento del Mediterráneo, que “la violencia sólo
genera violencia”. Y lo ha dicho tan sólo unos días después de que el impresentable
militante del PP lanzaroteño, Sigfrid Soria, ofreciera sus tristemente célebres
hostias a través de Twitter. Unas hostias virtuales, al menos de momento, que
han servido a Soria -Sigfrid, no el otro- para que, además de ganarse la indignación ciudadana, la presidenta del PP
conejero, Astrid Pérez, haya pedido su expulsión del partido. Ya veremos qué
ocurre, porque de momento la cúpula del Partido Popular sigue echando leña al
fuego, como muestran las últimas palabras de Cospedal.
Las declaraciones de la
secretaria general del PP vienen a propósito de la campaña de escraches que
está llevando a cabo por toda España la Plataforma de Afectados por la Hipoteca
(PAH), una campaña que a juicio de la líder conservadora es “nazismo puro”.
Esto último, que los fachas de este país repiten a coro últimamente, no merece
comentario alguno, porque no creo que nadie en su sano juicio se lo tome en
serio. Sin embargo, el asunto de la violencia resulta más preocupante. Y es que
da la sensación de que entre las huestes conservadoras hay un deseo de que se
produzca en el entorno de la PAH algún incidente violento para, de ese modo,
encontrar un argumento con el que deslegitimar a la plataforma y, de paso, la
Iniciativa Legislativa Popular, que cuenta con un millón y medio de firmas y el
apoyo de la inmensa mayoría de la sociedad española. ¿Cómo entender si no la
advertencia de Cospedal cuando afirmó que “si algún día tenemos algo grave que
lamentar habrá que mirar a los responsables de provocar violencia”?
Hasta ahora, que se sepa,
no ha habido ningún acto violento en los escraches: se trata más bien de una
respuesta pacífica a la violencia perpetrada por el Estado, que en lugar de
proteger la dignidad de los ciudadanos se dedica a defender los espurios
intereses de los bancos. Pero la historia reciente de los movimientos sociales
demuestra que no se debe descartar la posibilidad de que sean los mismos que se
oponen a los escraches los que tiren la primera piedra con el fin de deslegitimar
un movimiento esencialmente pacífico. Esperemos que ello no ocurra, mas harían
bien los miembros de la PAH en estar atentos para, a la primera provocación,
levantar las manos y volver a gritar, tan revolucionaria como pacíficamente:
“¡Éstas son nuestras armas!”, que es el modo en que estos filoetarras, Cristina Cifuentes dixit,
han demostrado hasta ahora el carácter incuestionablemente pacífico de sus
protestas.