jueves, 18 de abril de 2013

Eufemismos


A
lguien debería realizar una tesis doctoral sobre los usos lingüísticos de la clase política. Y no porque ello le vaya a reportar al investigador un buen empleo, que ya sabemos que en España la investigación no se lleva y si es en humanidades menos, sino por el interés del asunto. Y es que el empeño de Zapatero en no emplear la palabra crisis parece que ha creado tendencia, que se dice ahora, y lo han copiado hasta en el Partido Popular -en realidad no son tan distintos, de ahí que haya quien se refiera a ellos como el PPSOE-, cuyos dirigentes una y otra vez persisten en el uso de eufemismos como si ello hiciera que la realidad fuese menos terrible. El último ejemplo nos lo ofreció ayer la ministra de (des)Empleo, Fátima Báñez, que eludió emplear el término emigración y lo sustituyó por la expresión, seguramente más sofisticada, “movilidad exterior”. Mas ya sea que emigren, ya que se movilicen exteriormente, lo cierto es que muchos españoles están teniendo que marchar al extranjero a buscar el trabajo que aquí se les niega. Lo cual no es sólo una experiencia traumática en muchas ocasiones, sino que además es un negocio pésimo habida cuenta de que buena parte de nuestros emigrantes, con permiso de la ministra, son titulados universitarios: nosotros los formamos, con la inversión económica que ello supone, y otros aprovechan su formación ya que España no sabe.

miércoles, 17 de abril de 2013

De causas y efectos


D
avid Hume, el más representativo y radical de los filósofos empiristas, llegó a poner en tela de juicio la misma idea de causa arguyendo que, de hecho, de la relación causal entre dos fenómenos no podemos tener una impresión, pues, en rigor, lo único que en realidad percibimos son los fenómenos que se suceden, y cuando esto ocurre muchas veces, tendemos a pensar que el primero es la causa del segundo, lo cual no sería, según Hume, sino una creencia basada en la costumbre. De un modo similar, quienes se dedican a la Metodología de las Ciencias Sociales en la actualidad suelen convenir en que de la mera correlación de fenómenos no se sigue que haya de darse una relación de causa-efecto entre ellos. Y algo parecido deben pensar en el Gobierno, así como en los organismos que toman las decisiones en la Unión Europea y hasta en el Fondo Monetario Internacional, pues por más que los recortes practicados no hayan traído sino más paro, menos crecimiento, más deuda y, en definitiva, más pobreza, todos insisten en que para revertir la situación hay que perseverar en las políticas de austeridad. Y acaso sea cierto que en términos estrictamente epistemológicos, si seguimos a Hume, no podamos afirmar que es la política basada en los recortes la causa del empobrecimiento progresivo, pero no debiéramos olvidar que el mismo Hume atribuía a la idea de causa un gran valor pragmático, pues aunque se trate de una creencia basada en la costumbre, ésta es una idea necesaria para orientarnos en la vida. Y es que hasta el escéptico Hume estaría de acuerdo en que por más que no podamos tener la certeza de que si ponemos la mano en el fuego nos quemaremos hasta que lo hagamos, la creencia en que el fuego causa quemaduras es suficiente para que no acerquemos demasiado nuestra mano a las llamas. 

martes, 16 de abril de 2013

Provocaciones


D
ice la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, en una nueva muestra de descubrimiento del Mediterráneo, que “la violencia sólo genera violencia”. Y lo ha dicho tan sólo unos días después de que el impresentable militante del PP lanzaroteño, Sigfrid Soria, ofreciera sus tristemente célebres hostias a través de Twitter. Unas hostias virtuales, al menos de momento, que han servido a Soria -Sigfrid, no el otro- para que, además de ganarse la indignación ciudadana, la presidenta del PP conejero, Astrid Pérez, haya pedido su expulsión del partido. Ya veremos qué ocurre, porque de momento la cúpula del Partido Popular sigue echando leña al fuego, como muestran las últimas palabras de Cospedal.
            Las declaraciones de la secretaria general del PP vienen a propósito de la campaña de escraches que está llevando a cabo por toda España la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), una campaña que a juicio de la líder conservadora es “nazismo puro”. Esto último, que los fachas de este país repiten a coro últimamente, no merece comentario alguno, porque no creo que nadie en su sano juicio se lo tome en serio. Sin embargo, el asunto de la violencia resulta más preocupante. Y es que da la sensación de que entre las huestes conservadoras hay un deseo de que se produzca en el entorno de la PAH algún incidente violento para, de ese modo, encontrar un argumento con el que deslegitimar a la plataforma y, de paso, la Iniciativa Legislativa Popular, que cuenta con un millón y medio de firmas y el apoyo de la inmensa mayoría de la sociedad española. ¿Cómo entender si no la advertencia de Cospedal cuando afirmó que “si algún día tenemos algo grave que lamentar habrá que mirar a los responsables de provocar violencia”?
            Hasta ahora, que se sepa, no ha habido ningún acto violento en los escraches: se trata más bien de una respuesta pacífica a la violencia perpetrada por el Estado, que en lugar de proteger la dignidad de los ciudadanos se dedica a defender los espurios intereses de los bancos. Pero la historia reciente de los movimientos sociales demuestra que no se debe descartar la posibilidad de que sean los mismos que se oponen a los escraches los que tiren la primera piedra con el fin de deslegitimar un movimiento esencialmente pacífico. Esperemos que ello no ocurra, mas harían bien los miembros de la PAH en estar atentos para, a la primera provocación, levantar las manos y volver a gritar, tan revolucionaria como pacíficamente: “¡Éstas son nuestras armas!”, que es el modo en que estos filoetarras, Cristina Cifuentes dixit, han demostrado hasta ahora el carácter incuestionablemente pacífico de sus protestas.

lunes, 15 de abril de 2013

¿Parásitos?


L
a sabiduría popular dice que nunca llueve a gusto de todos. Prueba de ello, añado yo, es la manera en que nos tomamos el trabajo: mientras la mayoría de los trabajadores ha puesto el grito en el cielo, y con razón, por las medidas del Gobierno encaminadas a retrasar la edad de jubilación y dificultar, cuando no impedir, las prejubilaciones, hay otros, en cambio, que claman por que les dejen continuar en su puesto de trabajo hasta cumplir los setenta. Es el caso de Marcos Gómez Sancho, jefe del Servicio de Cuidados Paliativos del Hospital Doctor Negrín de Gran Canaria, a quien el Servicio Canario de Salud no le permite continuar ejerciendo después de los 65. “Yo no quiero dejar de trabajar. Yo no quiero ser un parásito de la sociedad. No quiero vivir del Estado”, ha dicho apesadumbrado, tal como se recoge en el periódico La Provincia. Y no seré yo, desde luego, el que ponga en duda el beneficio que un profesional de la medicina de tan dilatada experiencia y reconocido prestigio podría seguir reportando a la sociedad. Mas tengo para mí que Gómez Sancho tendría que haber sido más circunspecto, como sin duda lo será cuando trate a sus pacientes terminales: ¿de verdad cree el buen doctor que los jubilados son unos parásitos sociales?

viernes, 12 de abril de 2013

El TCA, una celebración sin euforia


L
a semana pasada supimos que la ONU, ¡por fin!, había aprobado el primer Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA), algo que distintas organizaciones venían reivindicando desde hace varios años. La aprobación del TCA ha sido celebrada por muchos colectivos, entre ellos Amnistía Internacional, que lo considera un gran logro que contribuirá a la protección de los derechos fundamentales de millones de personas en el mundo. Y es que el tratado de marras prohíbe la venta de armamento de distinta clase a aquellos países u organizaciones que incurran en violaciones de los derechos humanos, lo cual es en sí mismo positivo y por ello mismo lo celebramos.
            Mas sin dejar de reconocer el avance que supone que el comercio internacional de armas esté regulado por primera vez, lo cierto es que la eficacia del TCA despierta más de una duda, empezando por la que se refiere a las razones por las que habríamos de creer que este tratado se va a cumplir y que no se añadirá a la larga lista de resoluciones y tratados de la ONU que no se cumplen. Otro motivo para el escepticismo es la duda sobre quién será el que decida qué países respetan los derechos humanos y cuáles no. Pues a nadie se le escapa que la ONU no es precisamente una organización muy democrática precisamente porque la capacidad de decisión no es la misma para todos sus miembros. Los países más poderosos son los que forman parte del Consejo de Seguridad y, dentro de éstos, los hay con derecho a veto, los miembros permanentes, entre los que se encuentran algunos que, como China, no tienen ningún respeto por los derechos humanos, y otros como Estados Unidos que, aun constituyendo una de las más avanzadas democracias del mundo, viola siempre que le interesa -Guantánamo sería el caso paradigmático- los derechos humanos de las personas. ¿Serán estos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU los que tengan que decidir a qué países se les pueden vender armas?
            Por lo demás, todos sabemos que la guerra constituye una de las mayores expresiones de violación de los derechos humanos, así como sabemos también que en muchas de las guerras participan las potencias occidentales -de nuevo Estados Unidos sería el paradigma- aunque lo hagan bajo el pretexto de proteger la democracia y los derechos humanos, que es como decir, por paradójico y ridículo que parezca, que se violan los derechos humanos para proteger los derechos humanos. A resultas de lo cual, damos la bienvenida al TCA y deseamos que de verdad contribuya a que disminuya el número de armas que circulan por el mundo, pero lamentablemente no podemos ser demasiado optimistas en este sentido. Aunque, eso sí, mejor con tratado que sin él, del mismo modo que mejor una ONU imperfecta que ninguna.