viernes, 6 de diciembre de 2013

'Conspiranoia'


E
xisten entre nosotros bastantes personas, más de las que pudiéramos pensar a priori, que tienen cierta propensión a creer en la teoría de la conspiración. Se trata de individuos aparentemente normales en su mayor parte, no como Jerry Fletcher, el personaje interpretado por Mel Gibson en la película que lleva por título, precisamente, Conspiración, que no sólo está obsesionado con la existencia de múltiples conspiraciones que dirigen la marcha del mundo, sino que muestra su obsesión en todo lo que hace y hasta físicamente. Las personas que, entre nosotros, comparten esta afición no lo demuestran de esa manera porque llevan, en general, una vida de lo más normal. Sin embargo, cuando se sientan en las terrazas a tomar café como todo el mundo, o charlan en los bares al calor de una copa, en lugar de mantener conversaciones normales, se dedican a desarrollar las más absurdas teorías en torno a conspiraciones imposibles.
            Es así que durante años han estado afirmando, sin ninguna prueba, como buenos aficionados a la teoría de la conspiración, que el Gobierno de Estados Unidos (en realidad todos los gobiernos que dispongan de medios, dicen) se dedica a espiarnos a todos con la secreta e inadmisible finalidad de ejercer un cada vez más efectivo control sobre los individuos. ¡Menudo disparate! O que los gobiernos de los países democráticos no disponen de margen de maniobra porque actúan al dictado de los mercados, que según dicen ahora los conspiranoicos, no es sino un eufemismo para referirse a lo que en tiempos pasados se denominaba el capital: entes difusos en cualquier caso que nadie sabe quiénes son ni dónde están. ¡Como si no votáramos los ciudadanos del mundo libre a quien nos diera la gana! Y ya en el colmo de las paranoias conspirativas, les ha dado por decir que la crisis económica es un cuento que se han inventado los poderosos para favorecer a los grupos sociales más privilegiados en detrimento del resto que está siendo deliberadamente empobrecido. Una estafa, vaya.
            Los adeptos a la teoría de la conspiración, lo decíamos al principio, son más de los que creemos. Su aparente normalidad les permite pasar desapercibidos, pero cualquiera podría ser uno de ellos: médicos, albañiles, científicos, profesores, mecánicos, periodistas… están en todas partes, incluso entre los parados y pensionistas. Si hasta hay políticos que se dedican a dar pábulo a los delirios de quienes ven señales de la conspiración universal en cualquier lado: el expresidente Zapatero, sin ir más lejos, que ahora dice que si hizo lo que hizo fue porque estaba preso de los poderes económicos, sin ofrecer más prueba que una simple carta que le envió Jean-Claude Trichet en 2011, a la sazón presidente del Banco Central Europeo. Y aunque estos conspiranoicos son en principio inofensivos, más nos valdría vigilarlos de cerca, pues quién sabe lo que podría ocurrir si llegaran a convencer a la ciudadanía de la plausibilidad de sus disparatadas teorías.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Mandela

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ice Aristóteles en su Ética a Nicómaco que la política es la disciplina más eminente y la de mayor aptitud directiva, de suerte que el resto de las materias que contribuyen al desarrollo del conocimiento humano se hallan por debajo de ésta, pues la política “opera como legisladora de lo que se debe hacer y de aquello de lo que cabe apartarse”. Nuestros políticos no están a la altura de lo que Aristóteles señala en ese libro que, como su título indica, está dedicado a la ética, aunque también habla de política. Acaso sea esa la razón por la que el ministro Wert está empeñado en que los jóvenes españoles no estudien filosofía, no vaya a ser que se enteren de que la política es algo mucho más noble de lo que las prácticas de los que viven de ella pudieran hacernos pensar. Pese a todo, el siglo XX ha dado grandes figuras de la política en el sentido aristotélico. No hablamos de esos grandes estadistas, sino de personas que con su lucha por la dignidad devolvieron a la política su nobleza, tales como Gandhi o Luther King. Hoy nos ha dejado uno de esos grandes luchadores, Nelson Mandela, uno de los nuestros, un "nuestros" que engloba a la humanidad entera que hoy llora su muerte. Esperemos que los que ya somos gente del siglo XXI sepamos estar a la altura de ese gran luchador.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

PISA 2012

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cabamos de conocer los resultados del informe PISA 2012 y España, una vez más, no sale bien parada. Ya me imagino al ministro Wert, con su recién aprobada ley de educación, relamiéndose de gusto al contemplar los resultados negativos de los estudiantes españoles. Y es que, en efecto, nuestros alumnos continúan por debajo de la media de los países de la OCDE en matemáticas, comprensión lectora y ciencias, por más que hayan seguido mejorando con respecto a la última evaluación en 2009. Pero del hecho de que el nivel de los estudiantes no sea el deseable, no se sigue que la LOMCE vaya a ser la solución al problema. Yo diría que más bien apunta a todo lo contrario. Por lo demás, no debiéramos pasar por alto las diferencias entre las distintas comunidades autónomas, pues algunas de ellas superan la media de marras y, miren ustedes por dónde, están regidas por la misma ley educativa que las demás. Lo que viene a poner de relieve que el éxito o fracaso de la educación no sólo depende del sistema educativo. Un sistema educativo el nuestro que, por cierto, aún sigue siendo uno de los más equitativos del mundo, pero que ha retrocedido en este ámbito durante los años de la crisis. ¿Alguien cree que con la ley Wert mejoraremos en equidad? 

viernes, 29 de noviembre de 2013

Poesía y trabajo

A

yer leí en la prensa las declaraciones de un poeta que asegura que se obliga a escribir todos los días, “como un oficinista”. La afirmación del poeta, por lo demás catedrático de Literatura, me ha parecido que emana un cierto tufillo aristocrático, pues pareciera como si el oficio de escritor fuera más digno que el de administrativo. En realidad, su escritura no es la propia de quien desempeña un trabajo, pues la poesía no es ningún oficio, sino un arte. Y aunque algunas artes puedan ser consideradas profesiones, no es este el caso toda vez que el poeta no puede vivir de su poesía. Una vez más, es el mercado y no la filosofía el que determina no qué es o deja de ser arte, pero sí qué es trabajo, oficio, o deja de serlo. Y si una actividad no está remunerada, podrá ser un arte sublime, pero no es trabajo. Con todo, el poeta de marras dice que ha de obligarse a escribir todos los días, otorgándole así al arte una característica más propia del trabajo: la obligatoriedad. Acaso la afirmación de nuestro escritor no sea tan elitista como sospechábamos en primera instancia, sino, antes al contrario, constituya un gesto de humildad del artista al reconocer que el arte, lejos de ser una actividad fruto de la inspiración del genio, es tan humana como el trabajo. Que el arte, para llegar a ser, ha de practicarse a diario, como cualquier trabajo. Porque el escritor que no escribe a diario corre el riesgo de quedarse sin obra por no haberla escrito. Y en rigor, un escritor sin obra no puede ser un escritor.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Iconos del siglo XX

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ste otoño han muerto dos iconos de la música del siglo XX: el transgresor Lou Reed y el castizo Manolo Escobar. Puede afirmarse que ambos pertenecían, biológicamente, a la misma generación, o casi, pues el español era apenas once años mayor que el norteamericano. Sin embargo, uno y otro representan dos cosmovisiones radicalmente opuestas. Lou Reed es el estandarte de la transgresión y en la España de los setenta simbolizó la ruptura con el franquismo y la entrada en la modernidad; Manolo Escobar, en cambio, aparecía como uno de los últimos vestigios de una España caduca y represiva. Por supuesto que ni uno ni otro escogieron ese rol, pero los jóvenes españoles de entonces vieron en el rockero el símbolo de la libertad y en el coplista  una de las estampas musicales de la segunda etapa de la dictadura. Los dos han muerto este otoño y los dos han sido llorados y homenajeados en los medios de comunicación, mas tengo para mí que por más respeto, incluso veneración, que pueda infundir la figura de Manolo Escobar, ya casi nadie, salvo los nostálgicos de los años grises, quiere retornar a aquella España en la que cosechó sus mayores éxitos. El espíritu transgresor de Lou Reed, sin embargo, hoy, como ayer, sigue siendo absolutamente necesario.