domingo, 22 de febrero de 2015

Monedero en un país de broma

P
agan con dinero fotocopiado a los vendedores de un goya falso”. Así reza el titular de una noticia que ha salido publicada estos días. Semejante texto bien podría figurar en la portada de El Mundo Today, pero no es el caso: la noticia de marras aparece en la sección de Cultura del muy serio diario El País. A uno personalmente, que no se dedica a invertir en arte más que nada porque no tiene nada que invertir, poco habría de importarle cómo se las ventilan los compradores y vendedores de cuadros y cómo intentan estafarse mutuamente, pero no deja de llamarme la atención que tanto los hermanos que intentaban colar el falso goya como el intermediario del supuesto jeque que lo compró hayan resultado ser unos auténticos timadores. La noticia, qué quieren que les diga, ilustra a la perfección el país en el que vivimos: un lugar donde no sólo este tipo de noticias sino también las más serias, las del mundo de la política, parecen las propias de un país de broma.
            Es este, en efecto, un país extraño en el que tradicionalmente a los que roban, sobre todo si roban mucho y nos roban a todos, los convertimos poco menos que en héroes nacionales. Dicen algunos que la corrupción es algo inherente a la cultura española y argumentan que la existencia de la picaresca, ese género literario tan arraigado entre nosotros, es buena prueba de la veracidad de su afirmación. Mas yo tengo para mí que las argucias de los pobres para llevarse algo a la boca, que es lo que se ensalza en la picaresca, poco tienen que ver con la desvergüenza con la que las élites nos han ido sumiendo en la pobreza en los últimos años. Por lo demás, la aceptación de la corrupción guarda mayor relación con la incultura que con la cultura, pues las sociedades educadas, los pueblos ilustrados, no aceptan de buen grado que se les robe sin más ni que les pisoteen sus derechos. Y acaso sea esa una de las razones, el hecho de que los españoles de hoy son, en general, mucho más cultos que los de antaño, por las que la corrupción ya no se ve de la misma manera: hoy la corrupción ya no causa gracia, más bien al contrario, genera indignación.
          Es esa indignación ante la corrupción la que, en buena medida, alimenta a Podemos, de ahí que el caso Monedero haya generado tanta expectación, con la ayuda, claro está, de los grandes medios de comunicación, siempre fieles a las élites, que pretenden hacernos creer que los ERE de Andalucía o la trama Gürtel son comparables a la declaración complementaria de Juan Carlos Monedero. Y, sin embargo, aun no siendo comparable, es suficiente para sembrar la desconfianza. Pues el hecho de que Monedero haya presentado una declaración complementaria y, consecuentemente, haya tenido que desembolsar 200.000 euros sólo puede significar que en la declaración original no había declarado todo lo que debía. Y así las cosas, por más que al presentar voluntariamente la declaración complementaria sin que se la haya reclamado Hacienda ya no haya delito ni fraude fiscal, Monedero debería apartarse de Podemos, porque ha dejado de ser digno de confianza. Y si se mantiene en su puesto, Podemos no se podrá presentar a sí misma como la alternativa para que las noticias de política dejen de ser las propias de un país de broma, como la de los timadores a la que aludíamos al comienzo de este artículo. 

sábado, 14 de febrero de 2015

La nueva política

D
icen los de Podemos que ellos no son de derechas ni de izquierdas porque los polos en el debate político han cambiado. Ahora la contienda se da, Podemos dixit, entre los de arriba y los de abajo, o entre los partidarios de la vieja política y los que apuestan por la nueva política. Más allá de si este nuevo dualismo resulta excesivamente simple, tampoco es que la dicotomía tradicional fuese muy sofisticada, lo cierto es que los postulados de esta nueva formación política la sitúan claramente en el lado izquierdo del universo ideológico. Incluso si nos atenemos a su terminología, parece bastante claro que la izquierda ha pretendido siempre representar los intereses de los de abajo, frente a la derecha que defiende los privilegios de los de arriba, para lo cual ha reivindicado nuevas formas de hacer política, más progresistas, frente a las viejas políticas conservadoras propias de la derecha.
            El no querer identificarse ni con la derecha ni con la izquierda responde, según creo, a la pretensión de Podemos no tanto de situarse más allá de las ideologías, sino más bien de desligarse de los partidos políticos tradicionales, pues todos ellos forman parte de lo que Podemos denomina la casta, una suerte de estamento superior constituido por la alianza entre las élites económicas y políticas. Incluso es una forma de mostrar su disconformidad con la manera en que se ha venido entendiendo la democracia y de mostrar su, en principio, clara apuesta por una democracia más participativa y directa, por una verdadera democracia, tal como reclamaban los indignados del 15-M y la plataforma que dio lugar a dicho movimiento, Democracia Real Ya. Y es que Podemos es en buena medida heredero del 15-M, un movimiento que también decía no ser ni de derechas ni de izquierdas, pero cuyas proclamas lo situaban igualmente en el lado siniestro de la política. ¿Acaso la derecha ha reivindicado alguna vez como suya la apuesta por la democracia radical?
           Es por su por su decidida voluntad de arremeter contra las élites económicas y gubernamentales para avanzar hacia una mayor igualdad social, por su clara apuesta por la horizontalidad en las formas de hacer política, por lo que Podemos contó desde que se presentó a las elecciones al Parlamento Europeo con mis simpatías. Mas es también por lo mismo por lo que me resultó más atractiva la candidatura de Pablo Echenique que la de Pablo Iglesias, por lo que lamento que en elecciones a los consejos ciudadanos como las de Barcelona, a pesar de que el resultado fue muy igualado, la candidatura vencedora no integrara en el consejo a nadie de la lista alternativa. Ahora se acaban de celebrar elecciones a los consejos ciudadanos de Canarias y aunque he apoyado la candidatura de Contigo Podemos en la Comunidad Autónoma y en Gran Canaria, espero que, gane quien gane, en el consejo resultante estén representados todos. Lo contrario sería una extraña manera de empezar a hacer nueva política en Canarias.

domingo, 1 de febrero de 2015

La conquista de la democracia

C
uando se inició la crisis que todavía hoy estamos padeciendo, allá por el año 2007 o 2008, no fueron pocos los que se apresuraron a tratar de encontrar el lado positivo de la misma. Es cierto que la crisis  tiene multitud de efectos negativos, pero también podemos verla como una gran oportunidad, venían a decirnos en un intento de persuadirnos de que gracias a la crisis nuestro abotargado ingenio iba a tener que ponerse en marcha. En el fondo era otra manera de decir que la sociedad en su conjunto era responsable de la situación y que si bien había sido el hecho de mantener una actitud acomodada lo que nos había llevado a perseverar en hacer las cosas mal y lo que, finalmente, había desembocado en la mayor crisis después de la del 29 a este lado del mundo, en lugar de sumirnos en la desesperación debíamos estar contentos con el desmoronamiento al que estábamos asistiendo porque tal catástrofe constituía algo así como la condición de posibilidad de que los ciudadanos empezáramos a hacer las cosas bien.
            Han pasado ya 7 u 8 años, según la fecha que fijemos de inicio, y aquella crisis sigue causando estragos, por más que Rajoy y compañía se empeñen en decirnos lo contrario. Así que si alguien creyó alguna vez que la crisis abría un tiempo de nuevas oportunidades supongo que a estas alturas ya habrá dejado de creerlo, como tampoco quedarán muchos que piensen que la debacle económica y social que hemos venido sufriendo durante todo este tiempo se debe a que durante los años anteriores a la eclosión de la crisis vivimos por encima de nuestras posibilidades. La crisis se ha revelado como la gran estafa que es, como atestiguan el incremento de los índices de desigualdad y el progresivo, más bien debiéramos decir regresivo, deterioro de las condiciones de vida de la mayoría: la pérdida de derechos laborales, la disminución de los ingresos, las cada vez mayores tasas de paro, el incremento de la pobreza, la precariedad laboral, los desahucios, el empeoramiento de las condiciones en la asistencia sanitaria, la maltrecha situación de la educación son buenas muestras de lo que digo. Y todo ello mientras los más favorecidos de la sociedad no han hecho sino aumentar su riqueza.
           Hoy es difícil mirar al futuro con optimismo y aunque resultara cierto el pronóstico de los más optimistas, por lo demás harto improbable, de que saldremos de esta crisis más reforzados, lo cierto es que la gran cantidad de víctimas que ya se han quedado por el camino nos impedirían recordar estos años como un simple tiempo de tránsito. Y, sin embargo, si algo bueno han traído tantas desgracias es la progresiva toma de conciencia de que es necesario un cambio: no un cambio que incremente nuestra competitividad, eleve nuestra productividad, mejore la calidad, haga subir la rentabilidad y, en fin, consiga que crezcan los índices de todos esos términos que gustan tanto a los adalides del pensamiento único, sino un cambio genuino que conlleve una transformación profunda en la manera de organizar la sociedad, la polis, en la forma de hacer política: un cambio hacia la conquista de la democracia. Y acaso ese cambio se haya iniciado ya. 

lunes, 26 de enero de 2015

Contra la 'mamanza'

P
ertenezco a una generación en la que, mal que bien, todos hemos jugado al fútbol alguna vez, al menos los hombres. En efecto, los que nacimos en los 60, pasábamos buena parte de nuestro tiempo libre jugando a la pelota, una práctica que, sin saberlo, nos fue adiestrando en el ejercicio de la democracia, pues en ella las decisiones públicas, las que afectan a todos, deben ser tomadas entre todos, algo que sin mayores elaboraciones teóricas hacíamos cada vez que jugábamos un rato. Por supuesto no hablo ahora de quienes jugaban en un equipo federado ni nada por el estilo, que ya sabemos todos que se organizan de un modo más bien poco democrático, sino que me estoy refiriendo a cómo los chiquillos de entonces nos organizábamos para llevar a cabo una acción colectiva, jugar un partido de fútbol, que requería someterse a unas reglas sin que hubiese ningún tipo de autoridad que las impusiese, ya que lo de los árbitros quedaba, y queda, para otras esferas de la práctica futbolera.
            En efecto, cuando echábamos aquellos memorables partidos, sólo era necesario que alguno de los jugadores gritara “¡falta ahí!” para que se detuviera el juego y se atendiera la solicitud del jugador de marras. Ciertamente un sistema tal daba pie a discusiones pero, en general, funcionaba bastante bien. Entre las excepciones más sonadas al buen funcionamiento de este sistema se encontraba la tan conocida como denostada por todos, o casi todos, consistente en las pretensiones del dueño del balón de ser el juez supremo en todo lo referente al partido. ¿Quién no concedió nunca un penalti para que el susodicho no cumpliera con su amenaza de llevarse la pelota? Claro que las concesiones tienen un límite. Y aunque en ocasiones estuviéramos dispuestos a dejar que el propietario de la pelota hiciera los equipos, éstos debían guardar un cierto equilibrio, porque si el dueño del balón o algunos otros listillos pretendían que en un equipo jugaran sólo los buenos y en el otro los peores, éstos rápidamente protestaban al grito de “¡ustedes lo que quieren es la mamanza!” y se negaban a jugar. Y tal es y era el poder de la negación, del disenso frente a consensos injustos, que normalmente se conseguía que los equipos estuvieran compensados recurriendo al célebre método del capitán de uno y capitán de dos: los capitanes iban eligiendo a los jugadores alternativamente y aunque el capitán de uno, que bien podía ser el dueño del balón, tenía cierta ventaja porque elegía primero, los equipos resultantes eran ciertamente equilibrados.
           Hoy en día la mamanza en Europa la tiene la alianza entre las élites políticas y económicas y para ponerle freno a dicha mamanza sólo cabe, como cuando éramos niños, el disenso. Esto es lo que ha entendido la ciudadanía griega dándole un voto de confianza a Syriza que se ha revelado como la gran esperanza no sólo de los griegos sino de buena parte de la Europa empobrecida que se reparte por toda la Unión Europea pero, ciertamente, abunda más en los países del sur, no digamos en regiones ultraperiféricas como Canarias. Y para decir No con más fuerza a las políticas de austeridad que sólo han traído más deuda y más pobreza a los ciudadanos será necesario que la fórmula del disenso frente a la mamanza se extienda y que las izquierdas de Europa accedan a las instituciones. Porque aunque quienes quieren seguir teniendo la mamanza frente al resto amenacen con llevarse el balón, ha llegado el momento en el que los ciudadanos les digamos tan pacífica como firmemente que sin nosotros no se puede jugar el partido europeo. 

sábado, 17 de enero de 2015

¿Qué va a quedar de la democracia?

A
ntes de que los islamistas llevaran a cabo el atentado terrorista contra la libertad de expresión en París, Europa ya había dado muestras de una incipiente y a la vez preocupante islamofobia. Prueba de ello son las manifestaciones que con anterioridad a los asesinatos de los humoristas gráficos de la revista satírica Charlie Hebdo tuvieron lugar en Berlín y otras ciudades alemanas bajo el no menos satírico lema: “Contra la islamización de Occidente”. En realidad, el lema de marras no era nada satírico porque iba completamente en serio, si no, a lo mejor habría tenido hasta gracia. Pero la imagen de multitud de personas clamando por la esencia de Occidente, algunas de ellas portando cruces de fuego, lejos de causar risa lo que genera es preocupación, y hasta miedo, máxime tratándose de un lugar como Alemania con un pasado no tan remoto impregnado por la barbarie.
            Por fortuna, son muchos los que toman conciencia de que los islamistas que amenazan a la libertad, siendo como son ciertamente peligrosos, no pueden ser representativos de los 1500 millones de musulmanes que hay en el mundo. Son los mismos que saben que tan sagrado es el derecho a la libertad de expresión como el derecho a la libertad de culto, pues ambos son derechos fundamentales de las personas y como tales se hallan recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Y es que todos los derechos humanos tienen el mismo valor y no se puede conculcar unos con el pretexto de salvaguardar otros. Son en ese sentido inseparables e interdependientes, como, por cierto, saben bien nuestros alumnos de secundaria gracias, entre otras, a la asignatura de Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos que el ministro Wert, sus compañeros del PP y el fundamentalismo católico español, que haberlo haylo, encuentran tan peligrosa. Quienes no estamos dispuestos a ceder un ápice a la islamofobia sabemos también que ésta no consiste, ni mucho menos, en la crítica, ni siquiera en la mofa de las creencias religiosas de los musulmanes, pues una cosa es que todos tengamos derecho a la libertad de culto y otra bien distinta que las distintas creencias e increencias no puedan ser sometidas al juicio crítico y, por qué no, convertirse en objeto de la sátira.
            Con todo, y aunque los brotes islamófobos me parezcan ciertamente preocupantes, más alarmante me resulta la respuesta de los líderes europeos a la amenaza islamista. Y es que el atentado contra Charlie Hebdo ha servido de pretexto para volver a sacar a la palestra, como ya ocurriera tras el 11-S o el 11-M, el debate entre seguridad y libertad. Se trata, como ya afirmara entonces, de un falso dilema, porque en realidad, las sociedades más seguras del mundo son aquellas en las que los ciudadanos son más libres. Y es que en el siglo XXI la seguridad no puede consistir en otra cosa que en la mayor garantía posible de que no se violan los derechos fundamentales de los individuos. Por ello defender la seguridad a costa de la libertad es un sinsentido. Un sinsentido que, no obstante, los gobernantes europeos parecen haber asumido en lo que constituye un nuevo ataque contra la dignidad de la ciudadanía: la crisis les sirvió de pretexto para deteriorar los derechos económicos, sociales y culturales, y ahora la amenaza terrorista les sirve para arremeter contra los derechos civiles y políticos. ¿Qué va a quedar de la democracia?