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ablo Iglesias lo
ha vuelto a hacer. Una vez más ha conseguido soliviantar al patio político y
mediático con sus reflexiones sobre la calidad de la democracia española. Y es que,
según Iglesias, “en España no hay plena normalidad democrática”. Lo ha dicho en
varias ocasiones en los últimos días y, al menos en la primera de ellas, lo
afirmó en calidad de vicepresidente del Gobierno, que es lo que no le perdonan
los más críticos con las palabras del líder de Podemos. Es así que desde el
otro lado del Gobierno, han sido varias las ministras que se han lanzado a
discrepar públicamente de la denuncia de Iglesias, insistiendo en que España es
una de las pocas democracias plenas que existen en el mundo según la revista The Economist. Tal es la indignación,
que hasta la asociación La España que reúne ha presentado un manifiesto,
firmado por antiguos dirigentes del PSOE, el PP y Ciudadanos, entre otros, en
el que se pide que Pedro Sánchez destituya a Pablo Iglesias.
A mi juicio, el concepto de
democracia plena que emplea The Economist
y enarbola la España biempensante no puede ser más desafortunado, pues se diría
que cuando una democracia alcanza su plenitud ya no puede seguir avanzando en
calidad democrática. Y es que cuando se afirma que España es una democracia
plena se está diciendo que es una democracia completa, luego no le falta nada y
no puede mejorar. Ello no casa bien con la escala que la propia revista
establece, porque España ocupa el puesto 22, lo que significa que hay otras 21
democracias que son más plenas, lo cual es un sinsentido: si son democracias
plenas deberían estar todas al mismo nivel o, sencillamente, cambiar el
calificativo de plena por otro más preciso. Sea como fuere, que España ocupe el
puesto 22 de las democracias mundiales es una buena noticia, pero ello no
significa que nuestra democracia no sea manifiestamente mejorable ni que las
críticas de Iglesias, que bien pueden entenderse como autocríticas, no sean
pertinentes.
El filósofo español José Luis L.
Aranguren distinguió la “democracia establecida”, la democracia realmente
existente, de la “democracia como moral”, régimen ideal, siempre por realizar,
que constituye el fundamento de la democracia establecida y ha de servir,
asimismo, de instancia crítica desde la que vigilar la democracia establecida
en aras de su mejora y superación. Y si asumimos la validez de la perspectiva
de Aranguren, entonces creo que las críticas de Iglesias a la democracia
española no están en absoluto fuera de lugar. Y es que más allá de la anomalía
democrática que supone que los líderes independentistas estén en la cárcel o en
el exilio, España presenta algunos déficits democráticos insoslayables: los
ataques a la libertad de expresión, la quimera de la separación de poderes, la
pestilencia de las cloacas del Estado, el trato a los migrantes en Canarias, la
desigualdad entre hombres y mujeres son solo algunas muestras de las faltas
democráticas de España, amén de los inaceptables niveles de pobreza, una
violación de los derechos humanos económicos, sociales y culturales en toda
regla, que hacen que la democracia española siga estando muy lejos de su
plenitud.