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a visita del rey emérito ha hecho que el
debate en torno a la monarquía se haya vuelto a abrir, algo que, en los últimos
tiempos, ocurre con cierta periodicidad. La figura de Juan Carlos I, que otrora
contaba con el reconocimiento social y político, si no unánimemente al menos sí
mayoritariamente, se ha vuelto polémica, si es que no directamente molesta. Y
es que el viejo monarca molesta si se queda en Abu Dabi, pero también molesta
si viene a España, de manera que nos pasa con Juan Carlos algo similar a lo que
a aquel sufrido amante, que a ritmo de bolero se lamentaba diciendo aquello de
“ni contigo ni sin ti…”. A monárquicos y juancarlistas
les incomoda la figura de aquel al que tanto admiraron y piden, ahora, que si
viene a España lo haga con decoro y, sobre todo, que dé explicaciones. Pero,
¿explicaciones de qué?, para decirlo al modo regio. No pretenderán que alguien
que ha hecho lo que ha hecho amparado en la inviolabilidad que le reconoce
nuestra Constitución, la ley de leyes, dé una rueda de prensa explicando el modus
operandi de sus trapacerías.
La derecha, que para
seguir con nuestras contradicciones patrias en España se declara liberal y
monárquica, acusa al Gobierno de atacar a la Jefatura del Estado, el moderado
Feijóo dixit, mientras que la izquierda, la izquierda del SOE que es una
suerte de derecha moderada, cierra filas en torno al rey Felipe VI y aduce que
el emérito debe dar explicaciones precisamente para proteger la dignidad de la
Corona, ahí es nada. ¿Se imaginan ustedes lo bien parada que saldría la
monarquía si Juan Carlos nos explicara sus cuitas? Algo así deben pensar en los
partidos políticos situados a la izquierda del PSOE cuando insisten también en
la necesidad de que el emérito dé explicaciones. El debate, como decíamos, está
abierto, tanto que se debate incluso sobre lo que se debe debatir, pues
mientras algunos políticos y analistas consideran que lo que está en juego es
la monarquía como institución, otros aseguran que, precisamente para proteger a
la Corona el debate se ciñe a la figura de Juan Carlos; y hay también quien
afirma que la Jefatura del Estado no debería formar parte del debate político y
acusa a los partidos de politizar la monarquía.
A mi modo de ver,
claro que en una democracia se puede discutir sobre el modelo de Estado que se
quiere y es bueno que los distintos partidos se pronuncien al respecto. Del
mismo modo que, por más que se pretenda separar la controversia en torno a la
figura de Juan Carlos I de la monarquía como institución, resulta evidente que
son inseparables, toda vez que los actos fraudulentos cometidos por el monarca
emérito solo pudo llevarlos a cabo en su condición de rey y al amparo de la
inviolabilidad que le concede la ley. Así que, más que discutir cómo debería
comportarse el rey emérito, un nada venerable anciano, deberíamos plantearnos
si reformamos la Constitución para que la inviolabilidad del Jefe del Estado no
se extienda a sus actos privados y para decidir si España sigue siendo una
monarquía parlamentaria, lo que no deja de ser una anomalía democrática toda
vez que atenta contra uno de los principios elementales de la democracia como
es el de la igualdad ante la ley.