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l avance de la
ultraderecha en Occidente, la deriva autoritaria hacia lo que se ha dado en
llamar la democracia iliberal (respetuosa con los procedimientos de elección de
representantes pero no con los derechos humanos de algunos sectores de la ciudadanía) por parte de
algunos países que hasta forman parte de la Unión Europea, el asalto al
Capitolio en Estados Unidos y a las sedes de los poderes del Estado en Brasil
por quienes no reconocían los resultados electorales constituyen hitos que nos han
hecho percibir que la democracia está en peligro. Es por ello que algunos
analistas consideran necesario fomentar en la ciudadanía el respeto a las
instituciones así como la moderación ideológica que la mantenga lejos de
extremismos, o populismos, que finalmente pueden derivar en posiciones
antidemocráticas. Mas si ciertamente resulta plausible que la ciudadanía se
conciencie del valor de la democracia y de que los derechos conquistados no son
irreversibles, ello no puede implicar la renuncia a la crítica a la democracia
realmente existente, a los déficits democráticos que alberga, pues ello sería
la negación de la democracia por la democracia misma.
Esta
crítica a la democracia realmente existente es lo que, en principio, motivó el
surgimiento de la plataforma Democracia Real Ya y la convocatoria de la célebre
manifestación el 15 de mayo de 2011 que daría lugar al movimiento 15-M. Más de
una década después nuestra democracia continúa siendo sustancialmente la misma,
el derecho a la participación en los procesos de toma de decisiones públicas
sigue estando reducido a la mínima expresión, a la elección de los
representantes, que sin duda es fundamental pero insuficiente para que podamos
hablar del autogobierno de los ciudadanos, y los problemas sociales de entonces
siguen siendo igual de acuciantes o más, pues a la crisis de 2008 hay que sumar
la originada por las medidas para combatir la pandemia, la crisis energética y
la inestabilidad provocada por la invasión de Ucrania. Y en el trasfondo de
todo ello, hoy como ayer, nos encontramos el desparpajo de unas élites que no
muestran ningún reparo en tratar a los seres humanos como meras mercancías.
En
un artículo publicado el pasado 7 de febrero en La Provincia, “El ecosistema de las élites”, Javier Durán denuncia
lo que denomina el “despotismo bancario”, en afortunada expresión, y otros
abusos de las élites económicas y políticas y nos alerta de que tales desmanes
constituyen el caldo de cultivo para la radicalización de los comportamientos
políticos a derecha e izquierda y el surgimiento de opciones políticas antidemocráticas.
En efecto, son estos abusos de las élites los que explican, aunque no
justifican, los hitos antidemocráticos a los que aludíamos al comienzo de este
artículo. Abusos que constituyen en sí mismos comportamientos antidemocráticos
que la propia democracia, la democracia realmente existente, permite cuando no
fomenta directamente y que generan la indignación de la ciudadanía. Mas sería
deseable que esta indignación, en lugar de generar movimientos antidemocráticos,
derivara en la asunción de la conveniencia de repensar la democracia, de seguir
profundizando en ella, en la búsqueda de fórmulas que garanticen el respeto a
las reglas y los procedimientos formales, lo que no siempre ocurre, pero también
el respeto efectivo de los derechos humanos económicos, sociales y culturales,
pues los problemas de nuestros actuales sistemas democráticos solo se pueden
resolver con más democracia y no con menos.
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